Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda forma de mal. 1 Tesalonicenses 5: 21-22_ Espacio de análisis de los acontecimientos actuales relacionados con la profecía bíblica
martes, 9 de abril de 2024
La alta vocación de los empleados de nuestros sanatorios
Los
empleados de nuestros sanatorios han sido llamados a una alta y santa
vocación. Necesitan comprender mejor que en lo pasado el carácter
sagrado de su tarea. La obra que ejecutan y el alcance de la influencia
que ejercen exigen de ellos un esfuerzo fervoroso y una consagración sin
reservas. En nuestros sanatorios, los enfermos y dolientes deben ser
inducidos a comprender que necesitan auxilio espiritual tanto como
curación física. En ellos deben recibir todos los cuidados favorables al
restablecimiento de la salud; mas hay que hacerles ver también cuáles
son los beneficios que provienen de la vida de Cristo y de la comunión
con él. Hay que mostrarles que la gracia del Señor, obrando en el alma,
eleva a todo el ser. Y para ellos el mejor modo de aprender a conocer la
vida de Jesús consiste en verla realizada en la vida de sus discípulos.
El
que trabaja fielmente tiene los ojos puestos en Jesucristo. Recuerda
que su esperanza de vida eterna la debe a la cruz del Calvario, y está
resuelto a no deshonrar jamás a quien dió su vida por él. Se interesa
profundamente en los sufrimientos de la humanidad. Ora y trabaja. Cuida
de las almas como quien deberá dar cuenta, sabiendo que las almas que
Dios pone en relación con la verdad y la justicia son dignas de
salvarse.
Los
que trabajan en nuestros sanatorios están empeñados en una guerra
santa. Deben presentar a los enfermos y a los afligidos la verdad tal
cual es en Jesús. Deben presentarla en toda su solemnidad, y, sin
embargo, con tal sencillez y ternura que las almas sean conducidas al
Salvador. Deben siempre, en sus palabras y acciones, mostrar que Cristo
es la esperanza de vida eterna. Nunca deben hablar de una manera
impaciente ni obrar egoístamente. Los empleados deben tratar a cada uno
con bondad. Sus palabras deben ser amables. Los que den prueba de
verdadera modestia y cortesía cristiana ganarán almas para Cristo.
Debemos
esforzarnos por restablecer la salud física y espiritual de aquellos
que acudan a nuestros sanatorios. Preparémonos, pues, para substraerlos
durante cierto tiempo de las circunstancias que los alejaron de Dios, y
para colocarlos en un ambiente más puro. Estando al aire libre, rodeados
de las bellezas que Dios creó, y mientras respiran una atmósfera limpia
y vigorizadora, es más fácil hablar a los enfermos de la vida nueva que
es en Cristo Jesús. Allí es donde la Palabra de Dios puede enseñarse
con más éxito. Allí es donde los rayos del Sol de justicia penetran
mejor en los corazones entenebrecidos por el pecado. Con paciencia y
simpatía, enseñad a los enfermos a comprender que necesitan al Salvador.
Decidles que él es quien da fuerza a los débiles; quien da poder a los
que no tienen ya energía.
Necesitamos comprender mejor el sentido de estas palabras: “Debajo de su sombra me senté con gran deleite.” Cantares 2:3 (VM).
Ellas no evocan en nuestro espíritu la imagen de un apresuramiento
febril, sino por el contrario, la de un dulce reposo. Son muchos los que
profesan ser cristianos y que manifiestan inquietud y depresión, y los
que rebosan actividad, pero no pueden hallar tiempo para reposar
tranquilamente en las promesas de Dios. Obran como si no pudiesen
permitirse tener paz y tranquilidad. A éstos dirige Cristo esta
invitación: “Venid a mí, ... que yo os haré descansar.” Mateo 11:28.
Apartémonos de las encrucijadas polvorientas y calurosas que frecuenta
la multitud y vayamos a descansar a la sombra del amor del Salvador.
Allí es donde obtendremos fuerza para continuar la lucha; allí es donde
aprenderemos a reducir nuestros afanes y a loar a Dios. Aprendan de
Jesús una lección de calma confiada aquellos que están trabajados y
cargados. Deben sentarse a su sombra si quieren recibir de él paz y
reposo.
Los
que trabajan en nuestros sanatorios deben poseer una rica experiencia
cristiana, fruto de la verdad implantada en el corazón y nutrida por la
gracia de Dios. Arraigados y afirmados en la verdad, deben tener una fe
que obre por amor y que purifique el alma. Pidiendo constantemente las
bendiciones que necesitan, deben cerrar las ventanas de su alma a la
atmósfera apestada del mundo y abrirlas, por el contrario, hacia el
cielo, para dejar entrar los brillantes rayos del Sol de justicia.
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