martes, 16 de abril de 2024

La fuente de nuestra fortaleza


No debemos fiar en el reconocimiento del mundo ni en la distinción que nos pueda dar. No debemos tampoco tratar de rivalizar, en cuanto a dimensiones y esplendor, con las instituciones del mundo. No será erigiendo vastos edificios ni rivalizando con nuestros enemigos como obtendremos la victoria, sino cultivando un espíritu manso y humilde como el de Cristo. Más vale la cruz con esperanzas frustradas pero con la vida eterna después, que vivir como príncipes y perder el cielo.

El Salvador de la humanidad nació con parentesco humilde, en un mundo malo y maldito por causa del pecado. Se crió en la obscuridad de Nazaret, pequeña ciudad de Galilea y comenzó su obra en la pobreza y sencillez. Dios envió, pues, el Evangelio de un modo muy diferente del que muchos, hoy día, creen que es su deber proclamarlo. En el principio de la dispensación evangélica, Cristo enseñó a su iglesia a contar no con el puesto elevado y el esplendor que concede el mundo, sino con la potencia de la fe y de la obediencia. El favor de Dios tiene más valor que el oro y la plata. La potencia del Espíritu Santo es inestimable. Así habla el Señor: “Los edificios no darán carácter a mi obra, a menos que los que los construyen sigan mis instrucciones. En lo que se refiere al establecimiento de instituciones, si los que en lo pasado dirigieron y sostuvieron la obra se hubiesen guiado siempre por principios puros y exentos de egoísmo, no habría habido semejante acumulación de recursos míos en uno o dos lugares. Se habrían establecido instituciones en numerosas localidades. Las semillas de la verdad, echadas en mayor número de campos, habrían germinado y dado frutos para mi gloria. “Los lugares que fueron descuidados deben ahora atraer vuestra atención. Mi pueblo debe hacer una obra enérgica y rápida. Los que con intenciones puras se consagren completamente a mí, en cuerpo, alma y espíritu, trabajarán según mis métodos y en mi nombre. Cada uno se mantendrá en su lugar y mirará a mí, que soy el Guía y Consejero. “Instruiré al ignorante y ungiré con colirio celestial los ojos de muchos que hoy están sumidos en las tinieblas. Levantaré obreros que ejecuten mi voluntad, preparando un pueblo que subsista delante de mí en el tiempo del fin. En muchos lugares que debieran haber quedado provistos de sanatorios y escuelas desde hace mucho, estableceré mis instituciones, y ellas vendrán a ser centros de educación para la preparación de obreros.” El Señor influirá en el ánimo de los hombres en lugares inesperados. Por providencia de Dios, algunos de los que en apariencia son enemigos de la verdad dedicarán sus capitales a construir casas y comprar propiedades. Con el tiempo, estas propiedades serán ofrecidas en venta a un precio muy inferior al de su costo. Nuestros hermanos verán la mano de Dios en esto, y comprarán así excelentes propiedades adaptadas a la obra de educación. Harán planes y obrarán con humildad y espíritu de sacrificio. Así es como hombres ricos preparan, inconscientemente, los instrumentos que permitirán al pueblo de Dios hacer progresar rápidamente su obra.

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