Se me ha mostrado repetidas veces que no es prudente erigir instituciones gigantescas. La mayor obra en favor de las almas no se hace gracias a la magnitud de una institución. Un sanatorio gigantesco requiere muchos obreros. Y donde se reúnen tantos, es excesivamente difícil mantener una alta norma de espiritualidad. En una gran institución, sucede con frecuencia que los puestos de responsabilidad son desempeñados por obreros que no son espirituales, que no ejercen prudencia al obrar con aquellos que, si se los tratase sabiamente, se despertarían, convencerían y convertirían.
No se ha hecho, en cuanto a presentar las Escrituras a los enfermos, ni la cuarta parte de la obra que podría haberse hecho, y que se habría efectuado en nuestros sanatorios si los obreros mismos hubiesen recibido cabal instrucción en lo religioso. Donde muchos obreros están reunidos en un solo lugar, la administración debe tener un nivel espiritual mucho más elevado que el que con frecuencia ha reinado en nuestros grandes sanatorios.*****
Podría parecernos que lo mejor sería elegir para nuestros sanatorios lugares situados entre los ricos; que esto daría carácter a nuestra obra y permitiría obtener clientela para nuestras instituciones. Pero esto no sería sabio. “Jehová mira no lo que el hombre mira.” 1 Samuel 16:7. El hombre mira la apariencia externa; Dios mira el corazón. Cuanto menor sea el número de los edificios grandes en derredor de nuestras instituciones, menos molestias experimentaremos....
Nuestros sanatorios no deben situarse cerca de las residencias de los ricos, donde serán considerados como una innovación y una molestia para los ojos, donde se harán comentarios desfavorables acerca de ellos, porque reciben la humanidad doliente de todas clases. La religión pura y sin contaminación hace de los que son hijos de Dios una sola familia, vinculada a Dios con Cristo. Pero el espíritu del mundo es orgulloso, parcial, exclusivista, y tiende a favorecer a unos pocos.
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