RECLAMEMOS EL CUMPLIMIENTO DE SU
PROMESA
"Por nada estéis afanosos, sino sean
conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con
acción de gracias." Fil. 4: 6.
Tengo presente tu caso y me preocupa
que estés afligida. Me gustaría consolarte si pudiera. ¿No ha sido Jesús, el
precioso Salvador, un pronto auxilio para ti en tus tribulaciones? No contristes
al Espíritu Santo; deja de quejarte. De esto has hablado mucho y muchas veces
con otras personas. Consuélente las palabras de los que no están tan enfermos
como tú, y que Dios te ayude, es mi oración.
Si fuera la voluntad del
Señor que murieras, deberías creer que tienes el privilegio de entregar todo tu
ser, es decir, tu cuerpo, tu alma y tu espíritu, en las manos de un Dios justo y
misericordioso. El no te quiere condenar, como tú crees. Quiero que dejes de
pensar que el Señor no te ama. Acepta sin reservas las misericordiosas
provisiones que ha hecho. . .
No necesitas pensar que has hecho algo que
haya inducido a Dios a tratarte con severidad. Yo sé bien como son las cosas.
Cree sólo en su amor y confía en su promesa. . .
El quiere que tú creas
y que pongas en práctica lo que crees. Cristo nos dio en su vida una ilustración
del carácter amable que todos debiéramos poseer. . . Ni la sospecha ni la
desconfianza debieran posesionarse de nuestra mente. Ningún temor, causado por
la grandeza de Dios, debiera confundir nuestra fe. Quiera Dios ayudarnos a ser
humildes y mansos.
Cristo depuso su atuendo real y su corona para
relacionarse con la humanidad y demostrar que los seres humanos pueden llegar a
ser perfectos. Ataviado con el manto de la misericordia vivió en este mundo una
vida perfecta para darnos evidencias de su amor. Por causa de lo que ha hecho,
la desconfianza en él debiera ser imposible. Desde su elevado puesto de comando
en las cortes celestiales, descendió para asumir la naturaleza humana. Su vida
es un ejemplo de lo que pueden ser nuestras vidas. Para que ningún temor causado
por la grandeza de Dios borrara nuestra confianza en el amor del Señor, Cristo
se convirtió en varón de dolores, experimentado en quebranto. El corazón humano,
cuando se lo entregamos, se transforma en un arpa sagrada que difunde música
santa ( Carta 365 , del 16 de septiembre de 1904, dirigida a Marian Davis, una
de las correctoras de originales de Elena G. de White, que se encontraba muy
enferma).