TEMAMOS DESOBEDECER A
DIOS
"Por tanto,
amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente,
sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y
temblor." Fil. 2: 12.
En este texto no se tolera el descuido, ni la
indolencia, ni la indiferencia; por el contrario, cada uno de nosotros debe
ocuparse de su salvación con temor y temblor. ¿Por qué? Veamos: "Por tanto,
amados míos. . . ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor". Bien, dirán
ustedes, ¿tenemos que andar todo el tiempo con temor y temblor? En cierto
sentido, sí, pero en otro, no.
Delante de ustedes está el temor de Dios;
pero también está el temblor, no sea que se aparten de los consejos de Dios.
Habrá ese temblor. Tienen que ocuparse constantemente de su salvación con temor
y temblor. ¿Y eso es todo? No. Veamos cómo podemos recibir el poder divino:
"Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su
buena voluntad" (vers. 13). Aquí se nos presenta la obra que le corresponde al
hombre y la que le concierne a Dios. Ambos colaboran. El hombre no puede hacer
esta obra sin la ayuda del poder divino.
El Señor no toma al hombre con
sus propios sentimientos y deficiencias naturales para ubicarlo de golpe en el
ámbito de la luz de su rostro. No, el hombre debe hacer su parte, y mientras se
ocupa en su propia salvación con temor y temblor, Dios obra en él tanto el
querer como el hacer por su buena voluntad. Mediante la combinación de estos dos
poderes el hombre alcanzará la victoria y recibirá finalmente la corona de vida.
Contempla un cielo de felicidad, y el eterno peso de gloria que se extiende
delante de él, y teme perderlos, no sea que al dejar de confiar en una promesa,
no los alcance. No puede permitirse perderlos. Anhela ese cielo de felicidad, y
emplea a fondo todas las energías de su ser para obtenerlos. Usa al máximo
posible sus habilidades. Pone a contribución, en la mayor medida posible, todo
nervio y músculo espiritual, para lograr el éxito pleno en esta tarea, y para
obtener el precioso premio de la vida eterna. . .
Cuando el mundo ve que
tenemos un gran anhelo, algo que no se ve pero que por la fe se convierte en una
viviente realidad, entonces se siente motivado a investigar, y descubre que hay
algo que vale la pena poseer, porque observa que esta fe ha producido un
maravilloso cambio en nuestra vida y en nuestro carácter ( Manuscrito 13 , del 1
de diciembre de 1888. Sermón pronunciado en esa fecha en Des Moines, Iowa).