"Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las
cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de
vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del
fuego eterno." Jud. 7.
Las perspectivas de nuestro mundo son ciertamente
alarmantes. Dios está retirando su Espíritu de las ciudades impías, que han
llegado a ser semejantes a las del mundo antediluviano y a Sodoma y Gomorra. Los
habitantes de esas ciudades han sido sometidos a prueba. Hemos llegado al
momento cuando Dios está por castigar a los presuntuosos malhechores que rehúsan
guardar sus mandamientos y desprecian sus mensajes de advertencia. El que es
paciente con los que obran mal, le da a todos la oportunidad de buscarlo y de
humillar sus corazones delante de él.
Todos tienen oportunidad de venir
a Cristo y convertirse para que él los pueda sanar. Pero llegará el momento
cuando no se ofrecerá más misericordia. Las costosas mansiones, maravillas
arquitectónicas, serán destruidas sin previo aviso cuando el Señor vea que sus
ocupantes han traspasado los límites del perdón. La destrucción causada por el
fuego en los imponentes edificios que se suponen son a prueba de incendios, es
una ilustración de cómo, en un momento, los edificios de la tierra caerán en
ruinas.
El capítulo 24 de Mateo nos presenta un resumen
de lo que ha de sobrevenir al mundo. Vivimos en medio de los peligros de los
últimos días. Los que perecen en el pecado deben recibir la advertencia. El
Señor invita a todos aquellos a quienes ha confiado medios financieros a fin de
que sean su mano ayudadora invirtiendo su dinero para el progreso de su obra.
Nuestro dinero es un tesoro que el Señor nos ha prestado, y debe ser invertido
en la tarea de dar al mundo el último mensaje de misericordia. . .
El
que considera las cosas terrenales como el mayor bien, el que dedica su vida al
esfuerzo de obtener riquezas mundanales, ciertamente está haciendo una pobre
inversión. Cuando sea demasiado tarde verá que aquello en que confía se
desmorona en el polvo. Sólo mediante la abnegación, mediante el sacrificio de
las riquezas terrenales, se pueden obtener las riquezas eternas. El cristiano
entra en el reino de los cielos por medio de mucha tribulación. Constantemente
debe librar la buena batalla, y no deponer sus armas hasta que Cristo le dé
reposo. Sólo al dar a Jesús todo lo que tiene puede asegurarse la herencia que
durará por toda la eternidad ( Carta 90 , del 23 de mayo de 1902, al Hno.
Johnson, un laico