RECIBÍ una revelación acerca de la adopción de un nombre por el
pueblo remanente. Se me presentaron dos clases de personas. Una abarcaba las
grandes organizaciones cuyos miembros profesan ser cristianos. Estos hollaban la
ley de Dios bajo sus pies y se postraban ante una institución papal. Observaban
el primer día de la semana como día de reposo del Señor. La otra clase, en la
cual había pocas personas, se prosternaba ante el gran Legislador. Observaba el
cuarto mandamiento. Los rasgos peculiares y prominentes de su fe eran la
observancia del séptimo día y la espera del aparecimiento de nuestro Señor en el
cielo.
El conflicto se desarrolla entre los requisitos de Dios y los de
la bestia. El
primer día, institución papal que contradice directamente al cuarto mandamiento,
ha de ser usado todavía como una prueba por la bestia de dos cuernos. Y
entonces la solemne amonestación de Dios declara la penalidad en que incurren
los que se postran ante la bestia y su imagen. Beberán
del vino de la ira de Dios, que es derramado sin mezcla en la copa de su
indignación.
No podríamos elegir un nombre más apropiado que el que
concuerda con nuestra profesión, expresa nuestra fe y nos señala como pueblo
peculiar. El nombre adventista del séptimo día es una reprensión permanente para
el mundo protestante. En él se halla la línea de demarcación entre los que
adoran a Dios y los que adoran la bestia y reciben su marca. El
gran conflicto se desarrolla entre los mandamientos de Dios y los requisitos de
la bestia.
Debido a que los santos guardan todos los diez mandamientos, el dragón guerrea
contra ellos. Si quisieran arriar el estandarte y renunciar a las peculiaridades
de su fe, el dragón se aplacaría, porque excitan su ira, porque se atreven a
levantar el estandarte y a desplegar su bandera en oposición al mundo
protestante que adora la institución del papado.
El nombre adventista
del séptimo día presenta los verdaderos rasgos de nuestra fe, y convencerá la
mente inquisidora. Como una saeta del carcaj del Señor, herirá a los
transgresores de la ley de Dios, e inducirá al arrepentimiento para con Dios y a
la fe en nuestro Señor Jesucristo.
Me fue mostrado que casi todo
fanático que surge y que desea ocultar sus sentimientos a fin de arrastrar a
otros, asevera pertenecer a la iglesia de Dios. Un nombre tal excitaría en
seguida sospechas, porque se emplea para ocultar los errores más absurdos. Este
nombre es demasiado indefinido para el pueblo remanente de Dios. Provocaría la
sospecha de que tenemos una fe que procuramos encubrir