En cada generación Dios envió siervos suyos para reprobar el pecado
tanto en el mundo como en la iglesia. Pero los hombres desean que se les
digan cosas agradables, y no gustan de la verdad clara y pura. Muchos
reformadores, al principiar su obra, resolvieron proceder con gran
prudencia al atacar los pecados de la iglesia y de la nación. Esperaban
que mediante el ejemplo de una vida cristiana y pura, llevarían de nuevo
al pueblo a las doctrinas de la Biblia. Pero el Espíritu de Dios vino
sobre ellos como había venido sobre Elías, impeliéndole a censurar los
pecados de un rey malvado y de un pueblo apóstata; no pudieron dejar de
proclamar las declaraciones terminantes de la Biblia que habían
titubeado en presentar. Se vieron forzados a declarar diligentemente la
verdad y señalar los peligros que amenazaban a las almas. Sin temer las
consecuencias, pronunciaban las palabras que el Señor les ponía en la
boca, y el pueblo se veía constreñido a oír la amonestación.
Así también será proclamado el mensaje del tercer ángel. Cuando llegue
el tiempo de hacerlo con el mayor poder, el Señor obrará por conducto de
humildes instrumentos, dirigiendo el espíritu de los que se consagren a
su servicio. Los obreros serán calificados más bien por la unción de su
Espíritu que por la educación en institutos de enseñanza. Habrá hombres
de fe y de oración que se sentirán impelidos a declarar con santo
entusiasmo las palabras que Dios les inspire. Los pecados de Babilonia serán denunciados. Los
resultados funestos y espantosos de la imposición de las observancias
de la iglesia por la autoridad civil, las invasiones del espiritismo,
los progresos secretos pero rápidos del poder papal; todo será
desenmascarado. Estas solemnes amonestaciones conmoverán al
pueblo. Miles y miles de personas que nunca habrán oído palabras
semejantes, las escucharán. Admirados y confundidos. Oirán el testimonio
de que Babilonia es la iglesia que cayó por sus errores y sus pecados,
porque rechazó la verdad que le fue enviada del cielo. Cuando el pueblo
acuda a sus antiguos conductores espirituales a preguntarles con ansia:
¿Son esas cosas así? los ministros aducirán fábulas, profetizarán cosas
agradables para calmar los temores y tranquilizar las conciencias
despertadas. Pero como muchas personas no se contentan con las meras
razones de los hombres y exigen un positivo “Así dice Jehová”, los
ministros populares, como los fariseos de antaño, airándose al ver que
se pone en duda su autoridad, denunciarán el mensaje como si viniese de
Satanás e incitarán a las multitudes dadas al pecado a que injurien y
persigan a los que lo proclaman.
Conflicto de los Siglos, p.591,592.