"Yo soy Jehová que hablo justicia, que anuncio rectitud." Isa 45:
19.
Al poner a un lado la Biblia se ha abandonado la ley de Dios. La
doctrina por la cual se enseña que los hombres quedan relevados de obedecer a
los preceptos divinos, ha reducido la fuerza de la obligación moral, y abierto
las compuertas de la iniquidad que inunda al mundo. La perversidad, la
disipación y la corrupción lo están arrasando como un diluvio abrumador. Por
doquiera se ven envidias, malas sospechas, hipocresía, enajenamiento, emulación,
contienda y traición de los cometidos sagrados, complacencia de las
concupiscencias. Todo el sistema de los principios religiosos y las doctrinas,
que debiera formar el fundamento y el esqueleto de la vida social, se asemeja a
una masa tambaleante, a punto de caer en ruinas. . .
Es imposible
debilitar o reforzar la ley de Jehová. Tal como fue, subsiste. Siempre ha sido,
y siempre será, santa, justa y buena, completa en sí misma. No puede ser
abrogada ni cambiada. Hablar de "honrarla" o "deshonrarla" no es sino usar un
lenguaje humano.
La oposición de las leyes humanas a los preceptos de
Jehová producirá el último gran conflicto de la controversia entre la verdad y
el error. Estamos entrando ahora en esa batalla, que no es simplemente entre
iglesias rivales que contienden por la supremacía, sino entre la religión de la Biblia y las
religiones de
las fábulas y tradiciones. Los agentes que se han unido contra la verdad están
ya obrando activamente. La santa Palabra de Dios, que nos ha sido transmitida a
un costo tan elevado de sufrimientos y derramamiento de sangre, no se aprecia.
Son pocos los que la aceptan realmente como norma de la vida. La incredulidad
prevalece en forma alarmante, no sólo en el mundo, sino también en la iglesia.
Muchos han llegado a negar doctrinas que son las mismas columnas de la fe
cristiana. Los grandes hechos de la creación como los presentan los escritores
inspirados: la caída del hombre; la expiación; la perpetuidad de la ley, todas
estas cosas son rechazadas por gran número de los que profesan ser cristianos.
Miles de los que se precian de tener conocimiento, consideran como evidencia de
debilidad el tener confianza implícita en la Biblia, y para ellos es prueba de
saber el cavilar con respecto a las Escrituras y anular sus verdades más
importantes mediante explicaciones que pretenden espiritualizarlas.
Los
cristianos deben prepararse para lo que pronto ha de estallar sobre el mundo
como sorpresa abrumadora, y deben hacerlo estudiando diligentemente la Palabra
de Dios y esforzándose por conformar su vida con sus preceptos. Los tremendos y
eternos resultados que están en juego exigen de nosotros algo más que una
religión
imaginaria, de palabras y formas, que mantenga a la verdad en el atrio exterior,
Dios pide un reavivamiento y una reforma. Las palabras de la Biblia, y de la
Biblia sola, deben oírse desde el púlpito.- Profetas y reyes , págs.
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