Donald Trump estaba avergonzado —incluso
arrepentido— cuando habló con Paula White horas después de que fuera
publicado un video en el que presumía cómo manoseaba a mujeres.
“Lo escuché en su voz”, dijo White, una
pastora de Florida quien, fuera de la familia de Trump, es su confidente
espiritual más cercana. “Estaba avergonzado”.
En un video de 2005, Trump admite que
intentó tener relaciones sexuales con una mujer casada y que puede besar
a las mujeres y tocar sus genitales porque él es “una estrella”.
Durante su llamada telefónica con White,
el candidato republicano dijo que lamenta sus comentarios y que estaba
agradecido por el apoyo que aún tiene de los evangélicos. Horas después
se disculpó públicamente en un video que estaba notablemente libre de
los usuales rituales que hacen los políticos caídos en desgracia.
Trump no se paró al lado de su esposa
Melania. No pidió perdón. No lamentó haber caído bajo la influencia del
pecado, pero dijo que con la gracia de Dios y con el apoyo de su familia
espera tener una segunda oportunidad. De hecho, Trump no mencionó para
nada la fe, ni la familia, ni la reconciliación.
“Si de repente se muestra muy religioso,
eso me parecería un espectáculo”, dijo White quien ha conocido a Trump
durante 14 años. “Donald nunca ha hablado en público sobre su fe y
cuando lo ha intentado, ha sido inútil. Aunque no esté en su lenguaje,
no significa que no esté en su corazón”.
Durante la mayor parte de la campaña
presidencial de 2016, la religión ha quedado en el último lugar,
principalmente porque los nominados de los mayores partidos —Trump y
Hillary Clinton— raramente hablan sobre su fe. Trump es un presbiteriano
declarado; Clinton, metodista.
Dos tercios de los estadounidenses dicen
que es importante que el presidente de Estados Unidos tenga fuertes
convicciones religiosas, según un informe del Pew Research Center. Cerca
del 40% dicen que ha faltado discusión de la religión en este ciclo
electoral.
Más allá de la política de discusiones y
de los ataques ad hominem, parece que los estadounidenses quieren saber
hacia dónde apuntan las brújulas morales de los candidatos.
Y los intentos de Trump al hablar sobre religión han sido torpes, en el mejor de los casos.
Trump dijo que no pide perdón y que no
“trae a Dios al caso” cuando comete errores. Trató de poner dinero en la
placa de la comunión y se refirió al sacramento como “mi poco de vino” y
“mi pequeña galleta”. Pronunció mal el nombre de un libro de la Biblia y
cuando se le preguntó sobre su versículo favorito no respondió o, en
una oportunidad, citó el antiguo sistema de venganza del Antiguo
Testamento “ojo por ojo”, que específicamente fue condenado por Cristo.
(Voltea la otra mejilla, dijo Jesús).
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