Por Elena de White
“Enoc era un hombre santo. Sirvió a Dios con sencillez de corazón.
Se dio cuenta de la corrupción de la familia humana, y se separó de
los descendientes de Caín, y los censuró por sus maldades grandes.
Había sobre la tierra aquellos que reconocían a Dios, que le temían
y le hacía culto. Sin embargo el justo Enoc estaba tan angustiado
por la maldad aumentante de los impíos que no se asociaba con ellos
diariamente, temiendo que fuera afectado por la infidelidad de
ellos, y temiendo que sus pensamientos pudieran no considerar jamás
a Dios con aquella santa reverencia debida a su exaltado carácter.
Su alma se angustiaba cuando presenciaba como pisoteaban diariamente
la autoridad de Dios. Eligió estar separado de ellos y pasar gran
parte de su tiempo en soledad, que dedicó a la oración y a la
reflexión. Esperó en Dios, y oró que pudiera conocer Su voluntad
más perfectamente, para que pudiera ejecutarla. Dios se comunicaba
con Enoc a través de sus ángeles, y le dio instrucción divina. Le
hizo saber que no toleraría para siempre al hombre en su rebelión,
que Su propósito era destruir la raza pecadora trayendo un diluvio
de agua sobre la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario