"Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús." Efe. 2: 4-6.
Donde se encuentra el Espíritu de Dios, hallamos humildad, paciencia, bondad y tolerancia; hallamos ternura de alma, y una dulzura que sabe a Cristo. Pero estos frutos no se manifiestan en los inconversos. Mientras más necesitan humillarse delante de Dios, menos comprenden su verdadera situación, y más confianza propia ostentan. Mientras más pretenden ser dirigidos por Dios, más insoportables resultan para los que los rodean, más incapaces de recibir reprensión, más impacientes y discutidores, y menos sensibles a su necesidad de consejo. En lugar de ser humildes y amables, asequibles, llenos de misericordia, amor y buenos frutos, son exigentes y tiranos. En lugar de ser rápidos para oír y lentos para hablar, son lentos para oír y rápidos para hablar.
No están dispuestos a aprender de nadie. Su carácter es fogoso y vehemente. Hay una determinación y una fiereza que se echan de ver en su mismo aspecto y su talante. Hablan y actúan como si estuviera dispuestos a sacarle la obra a Dios de las manos, y a juzgar por sí mismos a todos los que creen que están equivocados.
El verdadero discípulo tratará de imitar el Modelo. El amor de Cristo lo conducirá a la perfecta obediencia. Tratará de hacer la voluntad de Dios en la tierra, así como se hace en el cielo. Aquel cuyo corazón todavía está contaminado por el pecado, no puede ser celoso para hacer buenas obras; no es cuidadoso para abstenerse del mal; no ejerce vigilancia sobre sus propios motivos y su conducta, ni dominio sobre su lengua desenfrenada, ni cuidado para someter el yo y llevar la cruz de Cristo. Esas pobres almas engañadas no guardan los cuatro primeros mandamientos del Decálogo, que definen el deber del hombre hacia Dios, ni los últimos seis que señalan su deber hacia su prójimo.
Los frutos del Espíritu, que gobiernan el corazón y controlan la vida son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, entrañas de misericordia y humildad de mente. Los verdaderos creyentes andan de acuerdo con el Espíritu y éste mora en ellos ( Manuscrito 1 , del 9 de octubre de 1878, "Dificultades en la Iglesia").
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