jueves, 8 de noviembre de 2012

Cada día con Dios Elena G. de White

DESCANSEMOS EN EL SEÑOR


"Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan." Sal. 37: 25.

Siento muchísimo que esté enferma y sufriendo. Aférrese de Aquel a quien ha amado y servido todos estos años. Dio su propia vida por el mundo y ama a todos los que confían en él. Simpatiza con los que sufren bajo la depresión y la enfermedad. Siente todo espasmo de angustia que experimentan sus amados. Descanse en sus brazos, y sepa que es su Salvador, su mejor Amigo, que nunca la dejará ni la abandonará. Usted ha dependido de él durante tantos años; por eso su alma puede descansar en esperanza.

Usted se levantará con otros fieles que han creído en él, para alabarlo con voz de triunfo. Todo lo que se espera que haga es que descanse en su amor. No se aflija. Jesús la ama, y ahora que está débil y sufre, la lleva en sus brazos, como un padre amante a su hijita. Confíe en Aquel en quien ha creído. ¿Acaso no la ha amado y cuidado durante toda su vida? Descanse, pues, en las preciosas promesas que le ha dado.

El gran plan de misericordia puesto en marcha por el Señor desde el principio del tiempo, tiene como propósito que cada alma afligida confíe en su amor. Su seguridad en este momento, cuando la duda tortura su mente, no consiste en confiar en sus sentimientos, sino en el Dios viviente. Todo lo que le pide es que confíe en él, lo reconozca como su fiel Salvador, que la ama, y que le ha perdonado todas sus equivocaciones.

Se me ha instruido que le diga que él le ha perdonado todos sus pecados y la ha revestido con su manto de justicia. Todo lo que requiere de usted ahora es que descanse en su amor. El la está aguardando. Usted ha librado las batallas del Señor Jesucristo, ha guardado la fe; por lo tanto, le está guardada la corona de vida, para que sea su recompensa en aquel día cuando se dará vida e inmortalidad a todos los que han guardado la fe y no han negado el nombre del Salvador.

El hecho de que su mente esté envuelta en nubes no es evidencia de que Cristo no sea su precioso Salvador. No porque los achaques de la edad hayan descendido sobre usted deja de considerarla su hija. . . Descanse en el amor de Cristo, hermana mía. . . Confíe en quien le ayudó en lo pasado y eche mano de la fe ( Carta 299 , del 31 de octubre de 1904, dirigida "A mi querida hermana anciana", Hna. Hare).

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