lunes, 10 de junio de 2013

Nuestra Elevada Vocación.

Soldados en el campo de batalla de la vida


Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo eres llamado. 1 Timoteo 6:12.


Cuando las almas se convierten, su salvación todavía no se ha realizado. Tienen todavía que disputar una carrera; la ardua lucha está ante ellos para “pelear la buena batalla de la fe”. ... La batalla dura la vida entera, y debe llevarse adelante con una energía proporcional al valor del objeto que se persigue, que es la vida eterna. ...


Satanás está siempre buscando destruir; está interponiendo su sombra infernal entre nuestras almas y la luz del Sol de Justicia. Cuando dudáis y desconfiáis del amor de vuestro Padre celestial, Satanás viene y ahonda esa impresión, y aquello que está en sombras se sume en la oscuridad de la desesperación. Ahora, vuestra única esperanza está en dejar de hablar de esa oscuridad. Morando en el lado oscuro, abandonáis vuestra confianza en Dios, y esto es justamente lo que Satanás quiere que hagáis. Quiere zarandearos como a trigo; pero Jesús está intercediendo por vosotros; su amor es ancho y hondo. Tal vez digáis: “¿Cómo sabe Ud. que él me ama?” Miro adonde debierais mirar: a la cruz del Calvario. La sangre vertida sobre la cruz limpia de todo pecado. ...


Diariamente estamos labrando nuestro destino. Tenemos una corona de vida eterna que ganar, un infierno que evitar. Ciertamente no podemos salvarnos nosotros mismos, y sabemos que Cristo desea que nos salvemos. El dió su propia vida para poder pagar el rescate de nuestras almas. Puesto que ha hecho este sacrificio infinito, no nos mira con indiferencia. ...


Deseamos unirnos al Camino, la Verdad, y la Vida. ... Tenemos un Salvador viviente, un Intercesor viviente, uno que nos ayudará en cada hora de necesidad. Cuando estéis tentados a penetrar en la oscura caverna de la duda y la desesperación, cantad:

“¡Levántate, alma mía, levántate!
Sacude tus temores culpables;
El sangriento sacrificio hecho por ti aparece;
Mi seguridad está delante del trono;
Mi nombre está escrito en sus manos” {NEV 165.6}

Carta 9a, 1891

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