martes, 21 de noviembre de 2023

Avancemos

La historia de los hijos de Israel ha sido escrita para instrucción y admonición de todos los cristianos. Cuando los israelitas fueron sobrecogidos por peligros y dificultades, y el camino les parecía cerrado, su fe los abandonó y murmuraron contra el caudillo que Dios les había asignado. Le culpaban de haberlos puesto en peligro, cuando él había obedecido tan sólo a la voz de Dios. La orden divina era: “Que marchen.” Éxodo 14:15. No habían de esperar hasta que el camino les pareciese despejado y pudiesen comprender todo el plan de su libramiento. La causa de Dios ha de avanzar y él abrirá una senda delante de su pueblo. Vacilar y murmurar es manifestar desconfianza en el Santo de Israel. En su providencia Dios llevó a los hebreos a las fortalezas de las montañas, con el mar Rojo por delante, para poder librarlos y salvarlos para siempre de sus enemigos. Podría haberlos salvado de cualquier otra manera, pero eligió este método a fin de probar su fe y fortalecer su confianza en él. No podemos acusar a Moisés de falta alguna porque el pueblo murmuraba contra su conducta. Era su propio corazón rebelde e insumiso el que los indujo a censurar al hombre a quien Dios había nombrado dirigente de su pueblo. Mientras Moisés obraba en el temor del Señor y según su dirección, con fe plena en sus promesas, los que debieran haberle sostenido se desalentaron, y no pudieron ver delante de sí otra cosa que desastre, derrota y muerte. El Señor trata ahora con su pueblo que cree en la verdad presente. Quiere producir resultados portentosos, y mientras que su providencia obra con ese fin, dice a sus hijos: “¡Marchad!” Es cierto que el camino no está todavía abierto, pero cuando ellos avancen con la fuerza de la fe y el valor, Dios despejará el camino delante de sus ojos. Siempre hay quienes se quejan, como el antiguo Israel, y atribuyen las dificultades de su situación a aquellos a quienes Dios suscitó con el propósito especial de hacer progresar su causa. No alcanzan a ver que Dios los está probando mediante estrecheces, de las cuales sólo su mano puede librarlos. Hay ocasiones en que la vida cristiana parece rodeada de peligros y el deber parece difícil de cumplir. La imaginación se figura que le espera una ruina inminente al frente, y detrás, la esclavitud y la muerte. Sin embargo, la voz de Dios habla claramente por sobre todos los desalientos y dice: “¡Marchad!” Debemos obedecer a esta orden, fuere cual fuere el resultado, aun cuando nuestros ojos no puedan penetrar las tinieblas y sintamos las frías olas a nuestros pies.

 

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