miércoles, 21 de agosto de 2024

Se hará una gran obra


Cuando la iglesia haya dejado de merecer el reproche de indolencia y pereza, el Espíritu de Dios se manifestará misericordiosamente. La potencia divina será revelada. La iglesia verá las dispensaciones providenciales del Señor de los ejércitos. La luz de la verdad se derramará en rayos claros y poderosos, como en los días apostólicos, y muchas almas se apartarán del error a la verdad. La tierra será alumbrada con la gloria del Señor.

Los ángeles del cielo han esperado por mucho tiempo la colaboración de los agentes humanos—de los miembros de la iglesia—en la gran obra que debe hacerse. Ellos os están esperando. Tan vasto es el campo y tan grande la empresa, que todo corazón santificado será alistado en el servicio como instrumento del poder divino. Al mismo tiempo obrará una potencia infernal. Mientras los agentes de la misericordia divina obren secundados por corazones humanos abnegados, Satanás pondrá en actividad a sus propios agentes, haciendo tributarios suyos a todos aquellos que acepten su dominación. Habrá muchos señores y muchos dioses. Se oirá el grito: “Aquí está el Cristo, o allí.” En todas partes se verán las astutas maquinaciones de Satanás, para apartar la atención de los hombres y las mujeres del cumplimiento de sus deberes inmediatos. Habrá señales y prodigios. Mas el ojo de la fe discernirá en todas esas manifestaciones las señales precursoras de un pavoroso porvenir, y el preludio del triunfo prometido al pueblo de Dios. ¡Trabajad, oh trabajad, teniendo en vista la eternidad! Recordad que toda energía debe ser santificada. Queda una gran obra por hacer. De toda boca sincera debe subir esta oración: “Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros; para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las gentes tu salud.” Salmos 67:1, 2. Quienes comprendan, aunque sea en un grado limitado, lo que la redención significa para ellos y para sus semejantes, los tales andarán por la fe y podrán comprender, en cierta medida, las necesidades de la humanidad. Sus corazones se conmoverán ante la abarcante miseria del mundo, la indigencia de las multitudes que sufren por falta de alimentos y de ropa y la indigencia moral de los millares a quienes amenaza un juicio terrible, ante el cual los sufrimientos físicos se desvanecen en la insignificancia. Recuerden los miembros de la iglesia que el solo hecho de tener su nombre escrito en un registro no bastará para salvarlos; deben ser aprobados por Dios, obreros que no tengan de qué avergonzarse. Día tras día, deben edificar su carácter conforme a las direcciones divinas. Deben morar en él y ejercer constantemente fe en él. Así crecerán hasta alcanzar la estatura perfecta de hombres y mujeres en Jesucristo; serán cristianos sanos, animosos, agradecidos, conducidos por Dios en una luz siempre más pura. Si su vida no es tal, se encontrarán un día entre quienes exhalarán esta amarga lamentación: “¡Pasóse la siega, acabóse el verano; y mi alma no se salvó! ¿Por qué no busqué un refugio en la Fortaleza? ¿Por qué jugué con la salvación de mi alma y desprecié al Espíritu de gracia?” “Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy presuroso.” Sofonías 1:14. Calcémonos las sandalias del Evangelio y estemos listos a cada momento para emprender el viaje. Cada hora, cada minuto es precioso. No tenemos tiempo para buscar nuestra propia satisfacción. En todo nuestro derredor hay almas que están pereciendo en el pecado. Cada día hay algo que hacer para nuestro Señor y Maestro. Cada día debemos conducir a las almas al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. “Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis.” Mateo 24:44. Por la noche, no os acostéis sin antes haber confesado vuestros pecados. Así hacíamos en 1844, cuando esperábamos ir al encuentro del Señor. Ahora ese acontecimiento está más cercano que cuando por primera vez creímos. Estad siempre apercibidos, por la tarde, por la mañana y al medio día, para que cuando repercuta el clamor: “¡He aquí, el esposo viene, salid a recibirle!” podáis, aun si este grito os despertase del sueño, ir a su encuentro con las lámparas aderezadas y encendidas.

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