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«En
medio del cielo vi volar otro ángel que tenía el evangelio eterno para
predicarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo.
Decía a gran voz: "¡Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha
llegado. Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de
las aguas!".
Otro ángel lo siguió, diciendo: "Ha caído, ha caído Babilonia, la gran
ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su
fornicación".
Y un tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: "Si alguno adora a la
bestia y a su imagen y recibe la marca en su frente o en su mano, él también
beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su
ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del
Cordero. El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. No tienen
reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que
reciba la marca de su nombre".
Aquí está la perseverancia de los santos, los que guardan los mandamientos de
Dios y la fe de Jesús.
Y oí una voz que me decía desde el cielo: "Escribe: 'Bienaventurados de aquí
en adelante los muertos que mueren en el Señor'. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen"».