Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con
paciencia los unos a los otros en amor. Efesios 4:2.
Dios es amor. El amor del Padre y del Hijo es atributo de cada
creyente. La Palabra de Dios es el canal a través del cual el
amor divino llega al hombre. La verdad de Dios es el medio por
el cual se alcanza el intelecto humano. Se da el Espíritu Santo
al instrumento humano que trabaja en cooperación con los
instrumentos divinos. Transforma la mente y el carácter,
capacitando al hombre para poder contemplar a Aquel que es
invisible. El amor perfecto solamente puede ser gozado mediante
la aceptación de la verdad y la recepción del Espíritu Santo...
Cristo oró para que sus discípulos pudieran darse cuenta de la
importancia del amor que El había expresado al dar su vida por
el mundo. Anheló que comprendieran algo en relación con su
sacrificio infinito. Si ellos hubieran entendido más plenamente
su amor abnegado, nunca se habrían trabado en lucha y desunión.
Insto a todos los que pretenden creer la verdad presente que
practiquen esa verdad. Si lo hacen tendrán una influencia más
fuerte y poderosa para el bien. El mundo verá que el amor
expresado por los creyentes es el principio central y
controlador en los seguidores de Cristo. Un amor como el de
Cristo une corazón con corazón. La verdad atrae a los hombres
entre sí. Introduce armonía y unidad en todos los que tienen una
fe ferviente y viva en el Salvador. Es el plan de Cristo que
aquellos que creen en El se desarrollen y lleguen a ser fuertes
al unirse el uno con el otro. Todos los que trabajan
abnegadamente en el servicio del Maestro llevan al mundo
credenciales que atestiguan que Dios envió a su Hijo a esta
tierra.
Aunque un grupo de cristianos que actúan en una iglesia no
tienen todos los mismos talentos, sin embargo, cada uno tiene el
deber de trabajar. Los talentos difieren, pero a cada hombre se
asigna su tarea. Todos deben depender de Cristo en Dios. El es
la Cabeza gloriosa de todos los niveles y clases de personas que
se asocian mediante la fe en la Palabra de Dios. Vinculados por
una creencia común en los principios celestiales, todos dependen
del Autor y Consumador de su fe. El es quien creó los principios
que producen unidad universal, amor universal. Sus seguidores
debieran meditar en su amor. No debieran contentarse con
alcanzar un nivel inferior al que está colocado delante de Dios.
Si se viven los principios del cristianismo, éstos producirán
armonía universal y perfecta paz. Cuando el corazón está imbuido
con el Espíritu de Cristo no habrá disputas ni se buscará la
supremacía; no se luchará por el señorío.—Manuscrito 46, del 31
de marzo de 1902, “La unidad, una señal de discipulado”.*