Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará
el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al
cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también
sujetar a sí mismo todas las cosas. Filipenses 3:20, 21.
Pronto habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde more la
justicia. El Señor me ha mostrado que nuestras fuerzas físicas,
mentales y morales, bajo la orientación del Espíritu, serán
educadas para realizar la obra con toda pureza, sin que se
introduzca ni una sola hebra de la ciencia satánica que eche a
perder el diseño que Cristo nos ha dado. Los talentos y las
facultades que han sido fortificados en justicia serán
empleados, fortalecidos y preparados para realizar las obras
designadas por el Cielo.
El que en esta vida utilizó los dos talentos que le fueron
confiados, demostrará en la vida futura que sus talentos no se
corrompieron. Ellos serán utilizados en un plan más amplio y más
noble en la vida futura. A cada hombre se le asigna su propia
obra. Los que son partícipes de la naturaleza divina, y han
escapado de la corrupción que está en el mundo debido a la
concupiscencia, revelarán una vida purificada en este tiempo de
preparación para la vida más elevada. Aquí abajo comienzan a
vivir la vida de orden celestial y a llevar la naturaleza divina
en toda clase de tareas. No hay lugar para los estafadores en
las cortes celestiales. Tampoco estarán allí los falsificadores,
los mentirosos, los adúlteros ni las personas de mente cruel.
Estos nunca contemplarán el rostro de Dios.
Cuando Cristo venga tomará a los que purificaron sus almas por
medio de la obediencia a la verdad. Algunos que ahora llevan una
vida activa irán al sepulcro, y otros estarán vivos y serán
transformados cuando Cristo venga. Esto mortal se revestirá de
inmortalidad y estos cuerpos corruptibles, sujetos a la
enfermedad, serán cambiados de mortales en inmortales. Seremos
dotados de una naturaleza más elevada. Los cuerpos de todos
aquellos que hayan purificado sus almas por medio de la
obediencia a la verdad serán glorificados...
El cielo está lleno de la gloria de Dios. ¿Qué podría decir yo
para despertar las sensibilidades espirituales casi paralizadas
de muchos jóvenes y de los de edad madura, que les permita
quebrar el hechizo del astuto engañador que está sobre ellos -de
tal modo que pudieran ver qué pérdidas experimentarán por no
emplear todas las facultades de la mente y del alma,
fortificándolas para cumplir los mandamientos de Dios mediante
el uso sincero de todos los dones que pueden ser obtenidos por
una ocasión espiritual santificada-, a fin de que puedan estar
preparados para llegar a ser miembros de la familia real,
perfeccionando sus caracteres cristianos para el uso más noble
que se les dará arriba?—Manuscrito 36, del 24 de marzo de 1906,
“Una advertencia solemne”.*
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