La
última frase del Padrenuestro, así como la primera, señala a nuestro
Padre como superior a todo poder y autoridad y a todo nombre que se
mencione. El Salvador contemplaba los años que esperaban a los
discípulos, no con el esplendor de la prosperidad y el honor mundanos
con que habían soñado, sino en la oscuridad de las tempestades del odio
humano y de la ira satánica. En medio de la lucha y la ruina de la
nación, los discípulos estarían acosados de peligros, y a menudo el
miedo oprimiría sus
corazones. Habrían de ver a Jerusalén desolada, el templo arrasado, su
culto suprimido para siempre, e Israel esparcido por todas las tierras
como náufragos en una playa desierta. Dijo Jesús: “Oiréis de guerras y
rumores de guerras”. “Se levantará nación contra nación, y reino contra
reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores”.
A pesar de ello, los discípulos de Cristo no debían pensar que su
esperanza era vana ni que Dios había abandonado al mundo. El poder y la
gloria pertenecen a Aquel cuyos grandes propósitos se irán cumpliendo
sin impedimento hasta su consumación. En aquella oración, que expresaba
sus necesidades diarias, la atención de los discípulos de Cristo fue
dirigida, por encima de todo el poder y el dominio del mal, hacia el
Señor su Dios, cuyo reino gobierna a todos, y quien es Padre y Amigo
eterno.