martes, 3 de mayo de 2016

ALEJANDRO BULLON DOCTOR HONORIS CAUSA

ATRÉVASE A SER DIFERENTE


"No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él". (1 Juan 2: 15)

Los que pretenden conocer la verdad y comprender la gran obra que debe hacerse en este tiempo deben consagrarse a Dios en alma, cuerpo y espíritu. En el corazón, en la vestimenta, en el lenguaje, en todo respecto deben estar apartados de las modas y las prácticas del mundo. Deben ser un pueblo peculiar y santo. No es su vestimenta lo que los hace peculiares, sino porque ellos son un pueblo peculiar y santo no pueden llevar el distintivo de la semejanza con el mundo...

Como pueblo, debemos preparar el camino para el Señor. Cada partícula de habilidad que Dios nos ha dado debemos utilizarla en preparar a la gente de acuerdo con el modo de Dios, de conformidad con su molde espiritual, para que permanezca firme en este gran día de la preparación de Dios...

Muchos que se creen que están yendo al cielo están cegados por el mundo. Sus ideas de lo que constituye una religión y una disciplina religiosa son vagas... Hay muchos que no tienen una esperanza inteligente y corren un grave riesgo al practicar las mismas cosas que Jesús enseñó que no debían hacer en comer, beber, vestir y atarse con el mundo en una variedad de formas. Todavía deben aprender la seria lección, tan importante para el crecimiento en espiritualidad, de salir del mundo y permanecer separados.

El corazón está dividido, la mente carnal apetece la conformidad, la similitud con el mundo en tantas maneras que la señal de distinción del mundo apenas puede verse. El dinero, el dinero de Dios, se gasta para dar una apariencia según las costumbres del mundo; la experiencia religiosa está contaminada con mundanalidad, y la evidencia del discipulado -la semejanza a Cristo en abnegación y en llevar la cruz- no la discierne el mundo o el universo del cielo (Manuscrito 8, 1894).

[La separación del mundo] no es la obra de un momento o de un día; no se hace inclinándose en el altar familiar ofreciendo un servicio nominal. . . Es la obra de toda una vida. El amor a Dios debe ser un principio viviente que fundamente cada palabra, acto y pensamiento (Review and Herald, 23 de octubre, 1888

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