martes, 23 de mayo de 2023

Padres e hijos


Se me ha mostrado que mientras los padres que temen a Dios imponen restricciones a sus hijos, deben estudiar sus disposiciones y temperamentos, y tratar de suplir sus necesidades. Algunos padres atienden cuidadosamente las necesidades temporales de sus hijos; los cuidan bondadosa y fielmente mientras están enfermos, y luego consideran que han cumplido todo su deber. En esto cometen un error. Tan sólo han empezado su trabajo. Se deben suplir las necesidades de la mente. Se requiere habilidad para aplicar los debidos remedios a la curación de una mente herida. Los niños han de soportar pruebas tan duras, tan graves en su carácter, como las de las personas mayores. Los padres mismos no sienten siempre la misma disposición. A menudo su mente está afligida por la perplejidad. Trabajan bajo la influencia de opiniones y sentimientos equivocados. Satanás los azota y ceden a sus tentaciones. Hablan con irritación y de una manera que excita la ira en sus hijos, y son a veces exigentes e inquietos. Los pobres niños participan del mismo espíritu, y los padres no están preparados para ayudarles, porque ellos son la causa de la dificultad. A veces todo parece ir mal. Hay intranquilidad en el ambiente, y todos pasan momentos desdichados. Los padres echan la culpa a los pobres niños, y piensan que son desobedientes e indisciplinados, los peores niños del mundo, cuando la causa de la dificultad reside en ellos mismos. Algunos padres suscitan muchas tormentas por su falta de dominio propio. En vez de pedir bondadosamente a los niños que hagan esto o aquello, les dan órdenes en tono de reprensión, y al mismo tiempo tienen en los labios censuras o reproches que los niños no merecieron. Padres, esta conducta para con vuestros hijos destruye su alegría y ambición. Ellos cumplen vuestras órdenes, no por amor, sino porque no se atreven a obrar de otro modo. No ponen su corazón en el asunto. Les resulta un trabajo penoso en vez de un placer; y a menudo por esto mismo se olvidan de seguir todas vuestras indicaciones, lo cual acrece vuestra irritación y empeora la situación de los niños. Las censuras se repiten; se les pinta con vivos colores su mala conducta, hasta que el desaliento se posesiona de ellos, y no les interesa agradaros. Se apodera de ellos un espíritu que los impulsa a decir: “A mí qué me importa,” y van a buscar fuera del hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no encuentran en casa. Frecuentan las compañías de la calle, y pronto se corrompen tanto como los peores.

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