sábado, 27 de mayo de 2023

Peligros de la juventud


El 6 de junio de 1863 me fueron mostrados algunos de los peligros que corre la juventud. Satanás está dominando las mentes de los jóvenes y extraviando sus pies inexpertos. Ellos ignoran sus designios, y en estos tiempos peligrosos los padres deben despertar y trabajar con perseverancia y laboriosidad para rechazar el primer ataque del enemigo. Deben instruir a sus hijos, cuando salen, cuando entran, cuando se levantan y cuando se sientan, dándoles renglón tras renglón, precepto tras precepto, un poco aquí y un poco allá. El trabajo de la madre empieza con el niño mamante. Ella debe conquistar la voluntad y el genio de su hijo, ponerlo en sujeción y enseñarle a obedecer. Y a medida que el niño crezca, no relaje la disciplina. Cada madre debe tomarse tiempo para razonar con sus hijos, para corregir sus errores y enseñarles pacientemente el buen camino. Los padres cristianos deben saber que están instruyendo y preparando a sus hijos para ser hijos de Dios. Toda la experiencia religiosa de los niños queda afectada por las instrucciones dadas, y el carácter se forma en la niñez. Si la voluntad no se subyuga entonces, ni se la hace someter a la voluntad de los padres, será tarea muy difícil enseñarles la lección en los años ulteriores. ¡Qué lucha intensa, qué conflicto costará someter a los requisitos de Dios esa voluntad que nunca fué subyugada! Los padres que descuidan esa obra importante, cometen un grave error y pecan contra sus pobres hijos y contra Dios. Sucederá a veces que los niños que se hallan bajo una disciplina estricta se sentirán descontentos. Se volverán impacientes bajo las restricciones, y querrán hacer su voluntad, e ir y venir como les plazca. Especialmente entre los diez y dieciocho años, creerán a menudo que no habría ningún perjuicio en participar en salidas campestres y otras reuniones de compañías jóvenes; pero sus padres experimentados pueden ver el peligro. Ellos conocen los temperamentos peculiares de sus hijos, conocen la influencia que sobre su mente ejercen esas cosas, y porque desean salvarlos, les evitan estas diversiones excitantes. Cuando estos niños deciden por su cuenta abandonar los placeres del mundo, y hacerse discípulos de Cristo, ¡qué carga desaparece de los corazones de los padres cuidadosos y fieles! Y sin embargo, aun entonces no debe cesar la labor de los padres. No se debe dejar a los niños que elijan su propio proceder, ni tampoco que hagan siempre sus propias decisiones. Han empezado tan sólo a luchar en serio contra el pecado, el orgullo, las pasiones, la envidia, los celos, el odio y todos los males del corazón natural. Los padres deben velar y aconsejar a sus hijos, decidir por ellos y mostrarles que si no prestan una obediencia alegre y voluntaria a sus padres, no pueden obedecer voluntariamente a Dios y les es imposible ser cristianos. Los padres deben animar a sus hijos a confiar en ellos, a presentarles las penas de su corazón, sus pequeñas molestias y pruebas diarias. Así podrán los padres aprender a simpatizar con sus hijos y podrán orar con ellos y por ellos, para que Dios los escude y los guíe. Deben revelarles a su Amigo y Consejero infaltable, que se compadecerá de sus flaquezas, porque fué tentado en todo como nosotros, aunque sin pecar. Satanás tienta a los niños a ser reservados con sus padres, y a elegir sus confidentes entre sus compañeros jóvenes e inexpertos, entre aquellos que no les pueden ayudar, sino que les darán malos consejos. Los niños y las niñas se reúnen y conversan, ríen y bromean, y ahuyentan a Cristo de sus corazones y a los ángeles de su presencia por sus insensateces. La conversación ociosa, relativa a los actos ajenos, las habladurías acerca de ese joven o de aquella niña, agostan los pensamientos y sentimientos nobles, arrancan del corazón los deseos buenos y santos; dejándolo frío y despojándolo del verdadero amor hacia Dios y su verdad. Los niños quedarían a salvo de muchos males si fuesen más familiares con sus padres. Estos deben estimular en sus hijos una disposición a manifestarse confiados y francos con ellos, a acudir a ellos con sus dificultades, presentarles el asunto tal cual lo ven y pedirles consejo cuando se hallan perplejos acerca de qué conducta es la buena. ¿Quiénes pueden ver y señalarles los peligros mejor que sus padres piadosos? ¿Quién puede comprender tan bien como ellos el temperamento peculiar de sus hijos? La madre que ha vigilado todo el desarrollo de la mente desde la infancia, y conoce su disposición natural, es la que está mejor preparada para aconsejar a sus hijos. ¿Quién puede decir como la madre, ayudada por el padre, cuáles son los rasgos de carácter que deben ser refrenados y mantenidos en jaque?

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