jueves, 26 de octubre de 2023

El amor al mundo


La tentación que le presentó Satanás a nuestro Salvador sobre la altísima montaña es una de las principales tentaciones a las cuales la humanidad debe hacer frente. Los reinos del mundo, con su gloria, le fueron ofrecidos a Cristo por Satanás como regalo, a condición de que éste le tributase la honra debida a un superior. Nuestro Salvador sintió la fuerza de esa tentación; pero le hizo frente en nuestro favor, y venció. No se le habría probado en ese punto, si el hombre no hubiese de ser probado por la misma tentación. Al resistir, nos dió un ejemplo de la conducta que debemos seguir cuando Satanás se acerca a nosotros individualmente, para apartarnos de nuestra integridad. Nadie puede seguir a Cristo, y poner sus afectos en las cosas de este mundo. Juan, en su primera epístola, escribe: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.” 1 Juan 2:15. Nuestro Redentor, que hizo frente a esta tentación de Satanás en todo su poder, sabe cuánto peligro hay de que el hombre ceda a la tentación de amar al mundo. Cristo se identificó con la humanidad, soportó esta prueba y venció en favor del hombre. Resguardó con sus advertencias esos mismos aspectos en los cuales Satanás podía tener más éxito al tentar al hombre. Sabía que Satanás obtendría la victoria sobre el hombre, a menos que éste estuviese especialmente guardado respecto del apetito y del amor a las riquezas y honores mundanales. Dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan: mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan: porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.” Mateo 6:19-21. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón.” Vers. 24. Cristo señala aquí a dos señores: Dios y el mundo, y nos revela claramente que resulta simplemente imposible servir a ambos. Si predominan nuestro interés y amor por este mundo, no apreciaremos las cosas que sobre todas las demás, son dignas de nuestra atención. El amor al mundo excluirá el amor a Dios, y subordinará nuestros intereses más elevados a las consideraciones mundanales. Dios no ocupará así en nuestros afectos y devociones un lugar tan exaltado como las cosas del mundo. Nuestras obras revelarán la medida exacta en la cual los tesoros terrenales poseen nuestros afectos. El mayor cuidado, ansiedad y trabajo se dedican a los intereses mundanales, mientras que las consideraciones eternas son secundarias. En esto Satanás recibe del hombre el homenaje que exigió de Cristo, pero que no alcanzó a obtener. Es el amor egoísta del mundo lo que corrompe la fe de los que profesan seguir a Cristo y los hace deficientes en fuerza moral. Cuanto más aman las riquezas terrenales, más se apartan de Dios y menos participan de su naturaleza divina, que les haría sentir las influencias corruptoras del mundo y los peligros a los cuales están expuestos. Con sus tentaciones, Satanás se propone hacer muy atractivo al mundo. Por medio del amor a las riquezas y los honores mundanales, ejerce un poder hechizador para conquistar los afectos aun de aquellos que profesan ser cristianos. Muchos hombres que profesan ser cristianos harán cualquier sacrificio para obtener riquezas; y cuanto mayor sea su éxito en ello, menos amor tendrán por la verdad preciosa y menos interés por sus progresos. Pierden su amor por Dios y obran como locos. Cuanto más prosperan en la obtención de riquezas, tanto más pobres se sienten por no tener más, y menos quieren invertir en la causa de Dios. Las obras de aquellos que tienen un insano amor por las riquezas, demuestran que no les es posible servir a dos señores, a Dios y a Mammón. El dinero es su dios. Tributan homenaje a su poder. En todos sus intentos y propósitos, sirven al mundo. Sacrifican su patrimonio de honor por las ganancias mundanales. Este poder dominante rige su mente, y ellos violarán la ley de Dios para servir sus intereses personales, para aumentar su tesoro terrenal.

 

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