El ejemplo de Cristo nos muestra que nuestra única esperanza de victoria reside en resistir continuamente a los ataques de Satanás. El que triunfó sobre el adversario de las almas en el conflicto de la tentación, comprende el poder de Satanás sobre la especie humana, pues lo venció en nuestro favor. Como vencedor, nos ha dado la ventaja de su victoria, para que en nuestros esfuerzos por resistir las tentaciones de Satanás podamos unir nuestra debilidad a su fuerza, nuestra indignidad a sus méritos. Y si en las fuertes tentaciones somos sostenidos por su poder prevaleciente, logramos resistir en su nombre todopoderoso y vencer como él venció.
Es por medio de sufrimientos indecibles cómo nuestro Redentor puso la redención a nuestro alcance. En este mundo no fué honrado ni reconocido, para que por medio de su maravillosa condescendencia y humillación pudiese ensalzar al hombre hasta ponerlo en situación de recibir honores celestiales y goces imperecederos en las cortes del Rey. ¿Murmurará el hombre caído porque el cielo puede obtenerse únicamente mediante lucha, humillación, trabajo y esfuerzo? Más de un corazón orgulloso pregunta: ¿Por qué necesito humillarme y arrepentirme antes de poder tener la seguridad de que Dios me acepta y alcanzar la recompensa inmortal? ¿Por qué no es más fácil, placentera y atrayente la senda del cielo? Remitimos a todos los que dudan y murmuran al que fué nuestro gran Ejemplo mientras sufría bajo las cargas de la culpabilidad humana y soportaba las más agudas torturas del hambre. En él no había pecado. Aun más; era el Príncipe del Cielo; pero se hizo pecado por toda la especie humana. “Herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.” Isaías 53:5. Cristo lo sacrificó todo por el hombre, a fin de permitirle ganar el cielo. Ahora le incumbe al hombre caído demostrar que a su vez está dispuesto a sacrificarse por amor de Cristo, a fin de obtener la gloria inmortal. Los que tienen un sentido justo de la magnitud de la salvación y de su costo, no murmurarán nunca porque deban sembrar con lágrimas y porque los conflictos y la abnegación sean la suerte del cristiano en esta vida. Las condiciones de la salvación del hombre han sido ordenadas por Dios. La humillación y el llevar la cruz son provistos para que el pecador arrepentido halle consuelo y paz. El pensamiento de que Cristo se sometió a una humillación y a un sacrificio que el hombre nunca será llamado a soportar, debiera acallar toda voz murmuradora. El hombre obtiene el gozo más dulce por su sincero arrepentimiento ante Dios por la transgresión de su ley, y por la fe en Cristo como Redentor y Abogado del Pecador. Los hombres trabajan a gran costo para obtener los tesoros de esta vida. Sufren trabajos, penurias y privaciones para obtener alguna ventaja mundanal. ¿Por qué debiera estar menos dispuesto el pecador a sufrir y sacrificarse a fin de obtener un tesoro imperecedero, una vida que se compara con la de Dios, una corona inmarcesible de gloria inmortal? Debemos obtener a cualquier costo los infinitos tesoros del cielo, la herencia cuyo valor sobrepuja todo cálculo, y que constituye un eterno peso de gloria. No debemos murmurar contra la abnegación, porque el Señor de vida y gloria la practicó antes que nosotros. No debemos evitar los sufrimientos y las privaciones, pues la Majestad del cielo los aceptó en favor de los pecadores. El sacrificio de las comodidades y conveniencias no debe provocar en nosotros un pensamiento de protesta, porque el Redentor del cielo aceptó todo aquello en nuestro favor. Aun sumando en su mayor valor todas nuestras abnegaciones, privaciones y sacrificios, nos cuesta mucho menos, en todo respecto, de lo que le costó al Príncipe de la vida. Cualquier sacrificio que hagamos, parecerá insignificante cuando lo comparemos con el que hizo Cristo en favor nuestro.Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda forma de mal. 1 Tesalonicenses 5: 21-22_ Espacio de análisis de los acontecimientos actuales relacionados con la profecía bíblica
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