lunes, 18 de diciembre de 2023

La obediencia parcial no es aceptable


El Señor no acepta una observancia parcial de la ley del sábado, y ella ejerce peor efecto sobre la mente de los pecadores que si Vd. no profesara observar el sábado. Ellos perciben que su vida contradice su creencia y pierden la fe en el cristianismo. El Señor quiere decir precisamente lo que expresa, y el hombre no puede poner impunemente a un lado sus mandamientos. El ejemplo de Adán y Eva en el huerto nos amonesta suficientemente contra cualquier desobediencia a la ley divina. El pecado que cometieron nuestros primeros padres al escuchar las engañosas tentaciones del enemigo atrajo la culpa y el pesar sobre el mundo, y obligó al Hijo de Dios a abandonar las cortes reales del cielo y ocupar un humilde lugar en la tierra. Se sometió a los insultos, al rechazamiento y a la crucifixión, por parte de aquellos mismos a quienes venía a bendecir. ¡Qué costo infinito acompañó a aquella desobediencia en el huerto de Edén! La Majestad del cielo fué sacrificada para salvar al hombre de la penalidad de su crimen.

Dios no pasará por alto ninguna transgresión de su ley, ni la considerará con más ligereza ahora que en el día en que pronunció el juicio contra Adán. El Salvador del mundo alza su voz y protesta contra aquellos que consideran los mandamientos divinos indiferentemente y con negligencia. El dice: “Cualquiera que infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos: mas cualquiera que hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos.” Mateo 5:19. La enseñanza de nuestra vida se hace sentir completamente en favor de la verdad o contra ella. Si nuestras obras parecen justificar al transgresor en su pecado, si nuestra influencia resta importancia a la violación de los mandamientos de Dios, entonces no sólo somos culpables nosotros mismos, sino que hasta cierto punto somos responsables de los consiguientes errores ajenos. En el mismo principio del cuarto precepto, Dios dijo: “Acordarte has,” sabiendo que el hombre, dada la multitud de sus cuidados y perplejidades, se vería tentado a excusarse de satisfacer plenamente los requisitos de la ley, o, en el apremio de los negocios mundanales, se olvidaría de su importancia y santidad. “Seis días trabajarás, y harás toda tu obra,” es decir, los quehaceres usuales de la vida, que persiguen las ganancias mundanales o el placer. Estas palabras son muy explícitas; no puede haber error. Hermano ***, ¿cómo se atreve Vd. a transgredir un mandamiento tan solemne e importante? ¿Ha hecho el Señor una excepción por la cual se lo exime a Vd. de la ley que él dió al mundo? ¿Son sus transgresiones omitidas del libro de registro? ¿Ha convenido él en excusar su desobediencia cuando las naciones se presenten delante de él para el juicio? No se engañe ni por un momento con el pensamiento de que su pecado no traerá su merecido castigo. Sus transgresiones serán castigadas con la vara, porque Vd. tuvo la luz, y anduvo sin embargo en sentido completamente contrario a ella. “Porque el siervo que entendió la voluntad de su señor, y no se apercibió, ni hizo conforme a su voluntad, será azotado mucho.” Lucas 12:47. Dios dió al hombre seis días para que realizara su trabajo y llevara a cabo los quehaceres comunes de la vida; pero le pide un día, que él puso aparte y santificó. Lo da al hombre como día en el cual pueda descansar de su trabajo y dedicarse al culto y al mejoramiento de su condición espiritual. ¡Qué flagrante ultraje es de parte del hombre robar el día santificado de Jehová, y apropiárselo para sus propios propósitos egoístas! Es de parte del hombre mortal la más grosera presunción aventurarse a hacer una especie de componenda con el Todopoderoso a fin de asegurar sus propios intereses temporales mezquinos. El emplear ocasionalmente el sábado para los negocios seculares es una violación tan flagrante de la ley como el rechazarla enteramente; porque es hacer de los mandamientos del Señor un asunto de conveniencia. “Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso” (Éxodo 20:5), es lo que repercute con voz de trueno desde el Sinaí. Ninguna obediencia parcial, ningún interés dividido acepta Aquel que declara que las debilidades de los padres serán castigadas en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que le aborrecen, y que manifestará misericordia en millares de generaciones a aquellos que le aman y guardan sus mandamientos. No es asunto sin importancia robar a un vecino, y grande es el estigma impuesto al culpable de semejante acto; sin embargo, el que nunca defraudaría a sus semejantes, roba sin vergüenza alguna a su Padre celestial el tiempo que ha bendecido y apartado con un propósito especial.

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