La
Iglesia sufre por falta de obreros cristianos abnegados. Si todos los
que, por lo general, no pueden resistir a la tentación y son demasiado
débiles para permanecer de pie solos, se mantuviesen alejados de ***,
reinaría en aquel lugar una atmósfera espiritual mucho más pura. Los que
se alimentan de las hojarascas de los fracasos y deficiencias ajenas,
que juntan para sí mismos los miasmas malsanos de las negligencias y los
defectos de sus vecinos, haciéndose basureros de la iglesia, no
constituyen ninguna ventaja para la sociedad de la cual forman parte,
sino que son, en realidad, una carga para la comunidad a la cual imponen
su presencia.
Lo
que necesita la iglesia no son cargas, sino obreros fervientes: no
personas que censuren, sino edificadores de Sión. Se necesitan
verdaderamente misioneros en el gran corazón de la obra, hombres que
retengan la fortaleza, que sean tan fieles como el acero para preservar
el honor de aquellos a quienes Dios ha colocado a la cabeza de su obra, y
que harán cuanto puedan para sostener la causa en todos sus
departamentos, aun a costa del sacrificio de sus propios intereses y
vidas, si es necesario. Pero se me mostró que son pocos los que tienen
la verdad entretejida con su misma alma, que pueden soportar la prueba
escrutadora de Dios. Son muchos los que han aceptado la verdad, pero
ésta no se ha apoderado de ellos para transformar su corazón y
purificarlo de todo egoísmo. Hay quienes vienen a *** para ayudar en la
obra, como también muchos que son miembros antiguos, que tendrán que
rendir una terrible cuenta a Dios por el estorbo que han sido para la causa, por su amor propio y su vida no consagrada.
La
religión no tiene virtud salvadora si el carácter de aquellos que la
profesan no corresponde a su profesión de fe. Dios ha dado
misericordiosamente mucha luz a su pueblo de ***, pero Satanás quiere
realizar su obra, y ejerce con más energía su poder en el mismo corazón
de ésta. Se apodera de hombres y mujeres egoístas, no consagrados, y los
hace centinelas para que vigilen a los fieles siervos de Dios, pongan
en duda sus palabras, sus actos y sus motivos, y critiquen y murmuren
contra sus reprensiones y amonestaciones. Por su medio crea sospechas y
celos y procura debilitar el valor de los fieles, agradar a los que no
son santificados, y anular las labores de los siervos de Dios.
Satanás
ha ejercido gran poder sobre la mente de los padres por medio de sus
hijos indisciplinados. El pecado de la negligencia paterna está anotado
contra muchos observadores del sábado. El espíritu de la chismografía es
uno de los agentes esenciales que tiene Satanás para sembrar discordia y
disensión, para separar amigos y minar la fe de muchos en la veracidad
de nuestra posición. Hay hermanos y hermanas que propenden demasiado a
hablar de las faltas y de los errores que creen ver en los demás, y
especialmente en aquellos que han dado sin vacilar los mensajes de
reprensión y amonestación que Dios les confiara.
Los
hijos de estos quejosos escuchan con oídos abiertos y reciben el veneno
del desafecto. Los padres están así cerrando ciegamente las avenidas
por medio de las cuales se podrían alcanzar los corazones de los hijos.
Cuántas familias sazonan sus comidas diarias con dudas y preguntas.
Disecan el carácter de sus amigos y lo sirven como delicado postre.
Circula por la mesa un precioso trozo de calumnia, para que lo comenten,
no solamente los adultos, sino también los niños. Esto deshonra a Dios.
Jesús dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos
pequeñitos, a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40. Por lo tanto desprecian y ultrajan a Cristo los que calumnian a sus siervos.
Los
nombres de los siervos escogidos de Dios han sido tratados con falta de
respeto y en algunos casos con absoluto desprecio por ciertas personas
que debieran haberlos mantenido en alto. Los niños han oído las
observaciones irrespetuosas de sus padres con referencia a las solemnes
reprensiones y amonestaciones dadas por los siervos de Dios. Han
comprendido las burlas escarnecedoras y expresiones despectivas que de
vez en cuando cayeron en sus oídos, y la tendencia ha sido poner en su
mente los intereses eternos y sagrados al mismo nivel que los asuntos
comunes del mundo. ¡Qué obra están haciendo estos padres al transformar a
sus hijos en incrédulos desde su infancia! Así es como se enseña a los
niños a ser irreverentes y a rebelarse contra las reprensiones que el
cielo envía contra el pecado.
Es
inevitable que prevalezca la decadencia espiritual donde existen tales
males. Esos mismos padres y madres cegados por el enemigo, se preguntan
por qué sus hijos se inclinan tanto a la incredulidad y a dudar de la
verdad de la Biblia. Se preguntan por qué es tan difícil que los
alcancen las influencias morales y religiosas. Si tuviesen percepción
espiritual, descubrirían en seguida que este deplorable estado de cosas
es resultado de la influencia que ellos ejercen en su hogar, de sus
celos y desconfianza. Así se educan muchos incrédulos en los círculos
familiares de los que profesan ser cristianos.
Muchos
son los que hallan placer especial en discurrir y espaciarse en los
defectos, reales o imaginarios, de aquellos que llevan pesadas
responsabilidades en relación con las instituciones de la causa de Dios.
Pasan por alto el bien que han realizado, los beneficios que han
producido su ardua labor y su devoción incansable a la causa, y fijan su
atención en alguna equivocación aparente, en algún asunto que, una vez
consumado, ellos imaginan que se podría haber hecho de una manera mejor
con resultados más halagüeños, cuando la verdad es que,
si ellos hubiesen tenido que hacer la obra, o se habrían negado a dar
un paso en las circunstancias desalentadoras del caso, o habrían actuado
con más indiscreción que quienes la hicieron siguiendo las indicaciones
de la providencia de Dios.
Pero
estos habladores indisciplinados se aferran a los detalles más
desagradables del trabajo, como el liquen a las asperezas de la roca.
Estas personas se atrofian espiritualmente al espaciarse de continuo en
las faltas y los defectos de los demás. Son moralmente incapaces de
discernir las acciones buenas y nobles, los esfuerzos abnegados, el
verdadero heroísmo y el sacrificio propio. No se están volviendo más
nobles ni más elevados en su vida y esperanza, ni más generosos y
amplios en sus ideas y planes. No cultivan la caridad que debe
caracterizar la vida del cristiano. Están degenerando cada día, y sus
prejuicios y opiniones se estrechan cada vez más. La mezquindad es su
elemento, y la atmósfera que los rodea es venenosa para la paz y la
felicidad.
*****
Los
cristianos deben cuidar sus palabras. Nunca debieran comunicar a otros
informes desagradables de uno de sus amigos, especialmente si saben que
falta unión entre ellos. Es cruel hacer insinuaciones y sugestiones,
como si uno supiera, acerca de este amigo o conocido, muchos detalles
que ignoran los demás. Estas insinuaciones van más lejos, y crean
impresiones más desfavorables que el relato franco y sin exageración de
los hechos. ¡Cuánto daño no ha sufrido la iglesia de Cristo por estas
cosas! La conducta inconsecuente y poco precavida de sus miembros la ha
hecho tan débil como el agua. Los miembros de la misma iglesia han
traicionado confidencias, y sin embargo los culpables no se proponían
hacer mal alguno. Ha hecho mucho daño la falta de prudencia en la
selección de los temas de conversación.
La conversación debe versar sobre las cosas espirituales y divinas; pero ha sucedido de otra manera. Si el trato de los
amigos cristianos se dedica principalmente al perfeccionamiento del
espíritu y del corazón, no habrá nada que lamentar posteriormente, y se
podrá recordar la entrevista con agradable satisfacción. Pero si se
dedican las horas a la liviandad y las conversaciones vanas, y se emplea
el tiempo en disecar la vida y el carácter de los demás, el trato entre
amigos resultará en una fuente de mal, y nuestra influencia tendrá
sabor de muerte para muerte.
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No
debemos permitir que nuestras perplejidades y chascos carcoman nuestras
almas y nos llenen de inquietud e impaciencia. No ofendamos a Dios
permitiendo que haya contienda, malas sospechas, o maledicencia. Hermano
mío, si Vd. abre su corazón a la influencia de la envidia y las malas
sospechas, el Espíritu Santo no podrá morar con Vd. Procure la plenitud
que hay en Cristo. Trabaje de acuerdo con él. Permita que cada
pensamiento, palabra y acción revele a Cristo. Vd. necesita un bautismo
diario del amor que en los días de los apóstoles hizo a todos unánimes.
Este amor impartirá salud al cuerpo, al espíritu y al alma. Rodee su
alma de una atmósfera que fortalezca la vida espiritual. Cultive la fe,
la esperanza, el valor y el amor. Deje que reine en su corazón la paz de
Dios.
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El
Señor vive y reina. Pronto se levantará majestuoso para sacudir
terriblemente la tierra. Debe proclamarse ahora un mensaje especial, un
mensaje que disipe las tinieblas espirituales y convenza y convierta las
almas. “Escapa por tu vida” (Génesis 19:17),
es la invitación que debe darse a los que moran en el pecado. Un gran
fervor debe poseernos. No tenemos un momento que perder en críticas y
acusaciones. Que aquellos que han hecho esto en lo pasado caigan de
rodillas en oración y tengan cuidado de no preferir sus palabras y sus
planes a las palabras y los planes de Dios.
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