miércoles, 17 de enero de 2024

Continuad dispensando con prudencia


Los que hacen su testamento no deben pensar que habiendo hecho esto no tienen ya ningún deber; sino que, por lo contrario, deben estar trabajando constantemente, usando los talentos que se les ha confiado para fortalecer la causa de Dios. El ha ideado planes para que todos puedan trabajar inteligentemente en la distribución de sus recursos. No se propone sostener su obra mediante milagros. Tiene unos pocos mayordomos fieles que economizan y usan sus recursos para adelantar su causa. En vez de ser la abnegación y la generosidad una excepción, debieran ser la regla. Las crecientes necesidades de la causa de Dios requieren recursos. Constantemente llegan pedidos de hombres de nuestro país y del extranjero para solicitar que vayan mensajeros con la luz y la verdad. Esto requerirá más obreros y recursos para sostenerlos.

Fluyen a la tesorería del Señor muy pocos recursos para ser dedicados a la salvación de las almas, y eso mismo se consigue tras arduo trabajo. Si se pudiesen abrir los ojos de todos para que vieran cómo la codicia prevaleciente ha impedido el adelanto de la obra de Dios, y cuánto más podría haberse hecho si todos hubiesen seguido el plan de Dios en los diezmos y las ofrendas, muchos se reformarían, porque no se atreverían a estorbar el progreso de la causa de Dios como lo han hecho. La iglesia no se da cuenta de la obra que podría hacer si lo entregase todo para Cristo. Un verdadero espíritu de abnegación sería un argumento en favor de la realidad y el poder del Evangelio que el mundo no podría contradecir ni interpretar falsamente, y abundantes bendiciones se derramarían sobre la iglesia. Invito a nuestros hermanos a dejar de robar a Dios. Algunos están en una situación tal que deben hacer sus testamentos. Pero al hacerlos, deben tener cuidado de no dar a sus hijos e hijas recursos que deberían fluir a la tesorería de Dios. Estos testamentos son con frecuencia motivos de rencillas y disensiones. Para alabanza de los hijos de Dios en la antigüedad, se registra que él no se avergonzaba de ser llamado su Dios; y la razón dada es que en vez de buscar y codiciar egoístamente las posesiones terrenales, o buscar su felicidad en los placeres mundanales, se colocaban ellos mismos y todo lo que tenían en las manos de Dios. Vivían sólo para su gloria, declarando abiertamente que buscaban una patria mejor, a saber, la celestial. Dios no se avergonzaba de un pueblo tal. No le deshonraba a los ojos del mundo. La Majestad del cielo no se avergonzaba de llamarlos hermanos. Son muchos los que insisten en que no pueden hacer más para la causa de Dios de lo que hacen ahora; pero no dan según su capacidad. El Señor abre a veces los ojos cegados por el egoísmo, reduciendo simplemente sus ingresos a la cantidad que están dispuestos a dar. Se encuentran caballos muertos en el campo o el establo; el fuego destruye casas o granjas, o fracasan las cosechas. En muchos casos, Dios prueba al hombre con bendiciones, y si manifiesta infidelidad al devolverle los diezmos y los ofrendas, retira su bendición. “El que siembra escasamente, también segará escasamente.” 2 Corintios 9:6. A vosotros los que seguís a Cristo, os rogamos, por las misericordias de Cristo y las riquezas de su bondad, y por la honra de la verdad y de la religión, que os dediquéis vosotros mismos y vuestras propiedades nuevamente a Dios. En vista del amor y de la compasión de Cristo, que le hicieron descender de los atrios reales para sufrir abnegación, humillación y muerte, pregúntese cada uno: “¿Cuánto debo a mi Señor?” y luego traed vuestras ofrendas de agradecimiento de acuerdo con vuestro aprecio por el gran don del cielo en el amado Hijo de Dios. Al determinar la proporción que debe darse a la causa de Dios, cuidad de exceder las exigencias del deber más bien que substraer de ellas. Considerad para quién es la ofrenda. Este recuerdo ahuyentará la codicia. Consideremos tan sólo el gran amor con que Cristo nos amó, y nuestras ofrendas más generosas nos parecerán indignas de su aceptación. Cuando Cristo sea el objeto de sus afectos, los que hayan recibido su amor perdonador no se detendrán a calcular el valor del vaso de alabastro ni del precioso ungüento. El codicioso Judas podía hacerlo; pero el que haya recibido el don de la salvación, lamentará tan sólo que la ofrenda no tenga más rico perfume y mayor valor. Los cristianos deben considerarse como conductos por medio de los cuales las misericordias y bendiciones han de fluir de la Fuente de toda bondad hacia sus semejantes. Por medio de la conversión de estos últimos pueden enviar al cielo ondas de gloria en las alabanzas y ofrendas de los que han llegado así a ser sus copartícipes del don celestial.

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