sábado, 27 de enero de 2024

En el laberinto del escepticismo


No hay excusa para la duda o el escepticismo. Dios ha hecho amplia provisión para establecer la fe de todos los hombres, si quieren decidir por el peso de las evidencias. Pero si antes de creer, esperan que cada objeción aparente sea eliminada, nunca se establecerán, arraigarán ni afirmarán en la verdad. Dios no eliminará nunca todas las aparentes dificultades de nuestra senda. Los que deseen dudar, podrán hallar oportunidad para ello; los que deseen creer, tendrán bastantes evidencias en que basar su fe. La actitud de algunos es inexplicable, aun para ellos mismos. Van al garete, sin anclas, debatiéndose en la niebla de la incertidumbre. Pronto se apodera Satanás del timón, y lleva su frágil embarcación doquiera le place. Pasan a ser sujetos a su voluntad. Si estos espíritus no hubiesen escuchado a Satanás, no habrían sido engañados por sus sofismas; si se hubiesen equilibrado del lado de Dios, no habrían quedado confundidos y aturdidos. Dios y los ángeles observan con intenso interés el desarrollo del carácter y pesan el valor moral. Los que resisten los designios de Satanás saldrán como oro probado en el fuego. Los que son arrebatados por las olas de la tentación se imaginan, como Eva, que se vuelven maravillosamente sabios, que superan su ignorancia y estrecha conciencia; pero, como ella, descubrirán que se han engañado lamentablemente. Han estado persiguiendo sombras, trocando la sabiduría celestial por el frágil juicio humano. Un poco de conocimiento los ha engreído. Un conocimiento más profundo y cabal de sí mismos y de Dios, los volvería cuerdos y sensatos, y los colocaría de parte de la verdad, los ángeles y Dios. La Palabra de Dios nos juzgará a cada uno de nosotros en el último gran día. Los jóvenes hablan de la ciencia, y son más sabios de lo que está escrito; procuran explicar los caminos y las obras de Dios de acuerdo con su comprensión finita; pero todo eso concluye en un miserable fracaso. La verdadera ciencia y la inspiración están en perfecta armonía. La falsa ciencia es algo independiente de Dios. Es ignorancia presuntuosa. Este poder engañador ha cautivado y esclavizado las mentes de muchos que han preferido las tinieblas a la luz. Se han puesto del lado de la incredulidad, como si el dudar fuese una virtud e indicio de una mente amplia, cuando en realidad revela un intelecto demasiado débil y estrecho para percibir a Dios en sus obras creadas. No podrían sondear el misterio de su Providencia, aunque lo estudiasen con toda su fuerza durante toda la vida. Y debido a que las obras de Dios no pueden ser explicadas por las mentes finitas, Satanás los somete a sus sofismas, y los enreda en las mallas de la incredulidad. Si éstos que dudan quieren relacionarse estrechamente con Dios, él les aclarará sus propósitos. Las cosas espirituales se disciernen espiritualmente. La mente carnal no puede comprender estos misterios. Si aquellos que dudan continúan siguiendo al gran engañador, las impresiones y convicciones del Espíritu de Dios irán disminuyendo y se harán más frecuentes las incitaciones de Satanás, hasta que la mente se someta plenamente a su dominio. Entonces aquello que estas mentes aturdidas consideran como insensatez, será el poder de Dios, y lo que Dios considera como insensatez será para ellos la fuerza de la sabiduría. Uno de los grandes males que han acompañado a la búsqueda dé conocimiento y las investigaciones de la ciencia, es que los que se dedican a tales cosas pierden de vista con demasiada frecuencia el carácter divino de la religión pura y sin adulteración. Los sabios según el mundo han intentado explicar mediante principios científicos la influencia del Espíritu de Dios sobre el corazón. El menor progreso en esta dirección llevará al alma a los laberintos del escepticismo. La religión de la Biblia es simplemente el misterio de la piedad; ninguna mente humana puede comprenderlo plenamente, y es completamente incomprensible para el corazón irregenerado. El Hijo de Dios comparó las operaciones del Espíritu Santo al viento, que “de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya.” Juan 3:8. Leemos además en el relato sagrado que el Redentor del mundo se regocijó en espíritu y dijo: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños.” Lucas 10:21. El Salvador se regocijó de que el plan de salvación fuera de tal naturaleza que los que son sabios en su propia estima, aquellos que están engreídos por las enseñanzas de la vana filosofía, no pueden ver la belleza, el poder y el misterio oculto del Evangelio. Pero a todos los humildes de corazón, aquellos que tienen un deseo sincero e infantil de recibir enseñanzas y conocer y hacer la voluntad de su Padre celestial, se les revela su Palabra como el poder de Dios para su salvación.

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