domingo, 7 de enero de 2024

El carácter sagrado de los votos

La breve pero terrible historia de Ananías y Safira ha sido registrada por la pluma inspirada para beneficio de todos los que profesan seguir a Cristo. Esta lección importante no ha pesado lo suficiente en la mente de nuestro pueblo. Será provechoso para todos considerar reflexivamente la naturaleza de la grave ofensa por la cual aquellos culpables recibieron un castigo ejemplar. Esta señalada evidencia de la justicia retributiva de Dios es terrible, y debe inducir a todos a temer repetir el pecado que produjera semejante castigo. El egoísmo era el gran pecado que había torcido el carácter de esa pareja culpable. Juntamente con otros, Ananías y su esposa Safira habían tenido el privilegio de oír el Evangelio predicado por los apóstoles. El poder de Dios acompañaba la palabra hablada, y una profunda convicción se apoderó de todos los presentes. La influencia enternecedora de la gracia de Dios los indujo, en su corazón, a renunciar a su egoísta posesión de bienes terrenales. Mientras se hallaban bajo la influencia directa del Espíritu de Dios hicieron la promesa de dar al Señor ciertas tierras; pero cuando ya no estaban bajo esa influencia celestial, la impresión era menos fuerte y empezaron a dudar y a rehuir el cumplimiento de la promesa que habían hecho. Pensaron que se habían apresurado demasiado y desearon reconsiderar el asunto. Así abrieron una puerta por la cual Satanás entró en seguida, y obtuvo el dominio de su mente. Este caso debe ser una advertencia a todos para que se guarden contra el primer ataque de Satanás. Primero albergaron la codicia. Luego, avergonzados de que sus hermanos supiesen que su alma egoísta lloraba lo que habían dedicado y prometido solemnemente a Dios, practicaron el engaño. Hablaron del asunto entre sí, y deliberadamente decidieron retener una parte del precio de la tierra. Cuando se los convenció de su mentira, su castigo fué la muerte instantánea. Sabían que el Señor a quien habían defraudado los había escudriñado, pues Pedro dijo: “¿Por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo, y defraudases del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu potestad? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.” Hechos 5:3, 4. Era necesario un ejemplo especial para guardar a la joven iglesia contra la desmoralización; porque su número aumentaba rápidamente. De este modo se dió una advertencia a todos los que profesaban a Cristo en aquel entonces, y a todos los que más tarde habían de profesar su nombre, respecto de que Dios requiere fidelidad en el cumplimiento de los votos. Pero a pesar de este notable castigo del engaño y la mentira, los mismos pecados han sido con frecuencia repetidos en la iglesia cristiana, y son muy difundidos en nuestra época. Se me ha mostrado que Dios dió ese ejemplo como amonestación a todos los que se viesen tentados a actuar de manera similar. El egoísmo y el fraude se practican diariamente en la iglesia, al retener ésta los recursos que Dios exige, robándole así y poniéndose en conflicto con los arreglos que él ha hecho para difundir la luz y el conocimiento de la verdad por toda la anchura y longitud de la tierra. Dios, en sus planes sabios, hizo depender el adelantamiento de su causa de los esfuerzos personales de su pueblo, y de sus ofrendas voluntarias. Aceptando la cooperación del hombre en el gran plan de redención, le confirió señalada honra. El ministro no puede predicar a menos que se lo envíe. La obra de dispensar luz no incumbe sólo a los ministros. Cada persona, al llegar a ser miembro de la iglesia, se compromete a ser representante de Cristo y a vivir la verdad que profesa. Los que siguen a Cristo deben llevar adelante la obra que él les dejó cuando ascendió al cielo. Las instituciones que son instrumentos de Dios para llevar a cabo su obra en la tierra deben ser sostenidas. Deben erigirse iglesias, establecerse escuelas y proporcionarse a las casas editoras las cosas necesarias para hacer una gran obra en la publicación de la verdad que ha de ser proclamada a todas partes del mundo. Estas instituciones son ordenadas por Dios y deben ser sostenidas por los diezmos y las ofrendas generosas. A medida que la obra se amplía, se necesitarán recursos para hacerla progresar en todos sus ramos. Los que han sido convertidos a la verdad y han sido hechos participantes de su gracia, pueden colaborar con Cristo dándole ofrendas y sacrificios voluntarios. Cuando los miembros de la iglesia desean que no se hagan más pedidos de recursos, dicen virtualmente que se conformarían con que la causa no progresase. “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si tornare en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios, y esta piedra que he puesto por título, será casa de Dios: y de todo lo que me dieres, el diezmo lo he de apartar para ti.” Génesis 28:20-22. Las circunstancias que indujeron a Jacob a hacer un voto al Señor eran similares a las que inducen a los hombres y las mujeres a hacerle votos en nuestro tiempo. Mediante un acto pecaminoso había obtenido la bendición que le había prometido la segura palabra de Dios. Al hacer esto había mostrado gran falta de fe en el poder de Dios para ejecutar sus propósitos por desalentadoras que fuesen las apariencias del momento. En lugar de obtener el puesto que codiciaba, se vió obligado a huir para salvar su vida de la ira de Esaú. Con sólo el bastón que tenía en la mano, tenía que viajar centenares de kilómetros por un país desolado. Había perdido el valor, y se sentía lleno de remordimiento y timidez, y trataba de evitar a los hombres, no fuese que su hermano airado pudiese seguirle el rastro. No tenía la paz de Dios para consolarlo; porque le acosaba el pensamiento de que había perdido el derecho a la protección divina. El segundo día de su viaje se acerca a su fin. Se siente cansado, hambriento y sin hogar, y le parece que Dios le ha abandonado. Sabe que ha traído todo esto sobre sí mismo por su mala conducta. Le rodean sombrías nubes de desesperación, y le parece ser un paria. Su corazón está lleno de un terror sin nombre y apenas se atreve a orar. Pero está tan completamente solitario que siente la necesidad de la protección divina como nunca antes. Llora y confiesa sus pecados ante Dios, y suplica que le dé alguna evidencia de que no le ha abandonado completamente. Pero su cargado corazón no halla alivio. Ha perdido toda confianza en sí mismo, y teme que el Dios de sus padres le haya desechado. Pero ese Dios misericordioso se compadece del pobre hombre desamparado y pesaroso, que allega las piedras para formar su almohada y tiene tan sólo el pabellón de los cielos como cobertor. En una visión nocturna ve una escalera mística, cuya base descansa en la tierra, y cuya cúspide alcanza a la hueste estrellada, a los más altos cielos. Los mensajeros celestiales suben y bajan por esta escalera de brillo deslumbrante, mostrándole la senda que comunica el cielo con la tierra. Oye una voz que le renueva la promesa de misericordia, protección y bendiciones futuras. Cuando Jacob despierta de este sueño dice: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.” Génesis 28:16. Mira en derredor suyo como esperando ver a los mensajeros celestiales; pero únicamente ve las borrosas líneas de los objetos de la tierra; y los cielos, que resplandecen con las gemas de luz, responden a su ferviente y asombrado mirar. La escalera y los brillantes mensajeros han desaparecido y sólo en su imaginación puede ver a la gloriosa Majestad que se hallaba en su cumbre. Jacob quedó abrumado por el profundo silencio de la noche, y con la vívida impresión de que se encontraba en la inmediata presencia de Dios. Su corazón estaba lleno de gratitud por no haber sido destruido. Ya no pudo dormir esa noche; llenaba su alma una profunda y ferviente gratitud, mezclada con santo gozo. “Y levantóse Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y alzóla por título, y derramó aceite encima de ella.” Génesis 28:18. Y allí hizo su solemne voto a Dios.

 

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