jueves, 4 de enero de 2024

Un ministerio consagrado


No sólo el formalismo se está posesionando de las iglesias nominales, sino que está aumentando en grado alarmante entre aquellos que profesan observar los mandamientos de Dios y esperar la pronta aparición de Cristo en las nubes de los cielos. No debemos ser estrechos en nuestras miras y limitar nuestras facilidades de hacer bien, sino que, mientras extendemos nuestra influencia y ampliamos nuestros planes a medida que la Providencia nos prepara el camino, debemos ser más fervientes para evitar la idolatría del mundo. Mientras hacemos mayores esfuerzos para aumentar nuestra utilidad, debemos hacer esfuerzos correspondientes para obtener sabiduría de Dios a fin de llevar adelante todos los ramos de la obra según su orden, y no desde un punto de vista mundanal. No debemos amoldarnos a las costumbres del mundo, sino sacar el mejor partido de las facilidades que Dios ha puesto a nuestro alcance para presentar la verdad a la gente.

Cuando, como pueblo, nuestras obras correspondan a nuestra profesión, veremos realizarse mucho más que ahora. Cuando tengamos hombres tan consagrados como Elías, poseedores de la fe que él poseía, veremos que Dios se revelará a nosotros, como se manifestó a los santos hombres de antaño. Cuando tengamos hombres que, aunque reconociendo sus deficiencias, intercedan ante Dios con fe ferviente como Jacob, veremos los mismos resultados. El poder de Dios descenderá sobre el hombre en respuesta a la oración de fe. Hay poca fe en el mundo. Son pocos los que viven cerca de Dios. ¿Y cómo podemos esperar que recibiremos más poder y que Dios se revelará a los hombres, cuando se maneja su Palabra con negligencia y los corazones no se santifican por la verdad? Hay hombres que no están siquiera convertidos a medias, que confían en sí mismos y se creen suficientes por su carácter, y predican la verdad a otros. Pero Dios no obra con ellos, porque no son santos en su corazón ni en su vida. No andan humildemente con Dios. Debemos tener un ministerio consagrado, y entonces veremos la luz de Dios y su poder favorecerá todos nuestros esfuerzos. Los centinelas colocados antaño sobre los muros de Jerusalén y otras ciudades ocupaban una posición de la mayor responsabilidad. De su fidelidad dependía la seguridad de todos los habitantes de aquellas ciudades. Cuando se temía un peligro, ellos no debían callar ni de día ni de noche. A intervalos debían llamarse uno a otro, para ver si estaban despiertos, no fuese que le ocurriese daño a alguno de ellos. Se colocaban centinelas sobre alguna eminencia que dominaba los lugares importantes que debían guardarse, y de ellos se elevaba el clamor de amonestación o de buen ánimo. Este clamor se transmitía de una boca a otra; cada uno repetía las palabras, hasta que daba la vuelta entera a la ciudad. Estos atalayas representan el ministerio, de cuya fidelidad depende la salvación de las almas. Los dispensadores de los misterios de Dios deben estar como atalayas sobre los muros de Sión; y si ven llegar la espada, deben dar la amonestación. Si son centinelas dormidos y sus sentidos espirituales están tan embotados que no ven el peligro ni se dan cuenta de él y la gente perece, Dios les demandará la sangre de ésta. “Hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel: oirás pues tú la palabra de mi boca, y amonestarlos has de mi parte.” Ezequiel 3:17. Los atalayas necesitan vivir muy cerca de Dios, oír su palabra y ser impresionados por su Espíritu, para que la gente no confíe en ellos en vano. “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás: y tú no le amonestares, ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino, a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, mas su sangre demandaré de tu mano. Y si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad, y de su mal camino, él morirá por su maldad, y tú habrás librado tu alma.” Ezequiel 3:18, 19. Los embajadores de Cristo deben cuidar de no perder, por su infidelidad, su propia alma y la de aquellos que los oyen. Se me han mostrado las iglesias que en diferentes estados profesan guardar los mandamientos de Dios y esperar la segunda venida de Cristo. Se advierte en ellas una indiferencia alarmante, como también orgullo, amor al mundo y una fría formalidad. Constituyen el pueblo que se está volviendo rápidamente como el antiguo Israel en cuanto concierne a la falta de espiritualidad. Muchos hacen alta profesión de piedad, y sin embargo carecen de dominio propio. En ellos rigen los apetitos y pasiones, y el yo predomina. Muchos son arbitrarios, intransigentes, intolerantes, orgullosos, jactanciosos y sin consagración. Sin embargo, algunas de estas personas son ministros que manejan verdades sagradas. A menos que se arrepientan, su candelero será quitado de su lugar. La maldición que el Salvador pronunció sobre la higuera estéril es un sermón dirigido a todos los formalistas e hipócritas jactanciosos que se presentan ante el mundo cubiertos de hojas orgullosas pero que no dan fruto. ¡Qué reprensión para los que tienen la forma de la piedad, mientras que en su vida sin cristianismo niegan la eficacia de ella! El que trató con ternura al principal de los pecadores, el que nunca despreció la verdadera mansedumbre y penitencia, por grande que fuese la culpa, hizo caer severas denuncias sobre los que hacían gran profesión de piedad, pero que negaban su fe con sus obras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LO QUE DESCENDIÓ SOBRE CRISTO | SNCL FCTR 047

  ¿Qué se posó sobre Cristo en su bautismo? ESENCIAL FACTOR es una labor sin fines de lucro. Para colaborar con este trabajo: Correo: danie...