Padres y madres, cuidad de que el momento dedicado al culto de familia sea en extremo interesante. No hay razón alguna porque no sea éste el momento más agradable del día. Con un poco de preparación podréis hacerlo interesante y provechoso. De vez en cuando, introducid algún cambio. Se pueden hacer preguntas con referencia al texto leído, y dar con fervor algunas explicaciones oportunas. Se puede cantar un himno de alabanza. La oración debe ser corta y precisa. El que ora debe hacerlo con palabras sencillas y fervientes; debe alabar a Dios por su bondad y pedirle su ayuda. Si las circunstancias lo permiten, dejad a los niños tomar parte en la lectura y la oración.
La eternidad sola pondrá en evidencia el bien verificado por esos cultos de familia. La vida de Abrahán, el amigo de Dios, fué una vida de oración. Dondequiera que levantase su tienda, construía un altar sobre el cual ofrecía sacrificios, mañana y noche. Cuando él se iba, el altar permanecía. Y al pasar cerca de dicho altar el nómada cananeo, sabía quién había posado allí. Después de haber levantado también su tienda, reparaba el altar y adoraba al Dios vivo. Así es como el hogar cristiano debe ser: una luz en el mundo. De él, mañana y noche, la oración debe elevarse hacia Dios como el humo del incienso. En recompensa, la misericordia y las bendiciones divinas descenderán como el rocío matutino sobre los que las imploran. Padres y madres, cada mañana y cada noche, juntad a vuestros hijos alrededor vuestro, y elevad vuestros corazones a Dios por humildes súplicas. Vuestros amados están expuestos a la tentación. Hay dificultades cotidianas sembradas en el camino de los jóvenes y de sus mayores. Los que quieran vivir con paciencia, amor y gozo deben orar. Será únicamente obteniendo la ayuda constante de Dios como podremos obtener la victoria sobre nosotros mismos. Cada mañana consagraos a Dios con vuestros hijos. No contéis con los meses ni los años; no os pertenecen. Sólo el día presente es vuestro. Durante sus horas, trabajad por el Maestro, como si fuese vuestro último día en la tierra. Presentad todos vuestro planes a Dios, a fin de que él os ayude a ejecutarlos o abandonarlos según lo indique su Providencia. Aceptad los planes de Dios en lugar de los vuestros, aun cuando esta aceptación exija que renunciéis a proyectos por largo tiempo acariciados. Así, vuestra vida será siempre más y más amoldada conforme al ejemplo divino, y “la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús.” Filipenses 4:7.*****
Cristo es el vínculo de unión entre Dios y el hombre. El prometió su intercesión personal. Coloca toda la virtud de su justicia de parte del suplicante. Intercede por el hombre, y el hombre, que necesita ayuda divina, intercede por sí mismo en presencia de Dios, usando la influencia de Aquel que dió su vida por la vida del mundo. Mientras reconocemos delante de Dios nuestro aprecio por los méritos de Cristo, nuestras intercesiones cobran fragancia. Mientras nos acercamos a Dios por la virtud de los méritos del Redentor, Cristo nos atrae cerca de sí, rodeándonos con su brazo humano, mientras que con su brazo divino traba del trono del Infinito. Pone sus méritos, como suave incienso, en el incensario que tenemos en la mano, a fin de alentar nuestras peticiones. El promete oír y contestar nuestras súplicas.
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