Cristo murió para que la vida del hombre quedase ligada con la suya en la unión de la divinidad y la humanidad. El vino a la tierra y llevó una existencia divino-humana para que la vida de los hombres y mujeres fuese tan armoniosa como Dios lo desea. El Salvador os pide que os neguéis a vosotros mismos y llevéis vuestra cruz. Entonces nada podrá impedir que se desarrolle vuestro ser entero y en vuestra vida diaria habrá una actividad sana y armoniosa.
Recordad, hermanos míos, que Dios es amor, y que por su gracia podéis llegar a haceros mutuamente felices, según lo prometisteis en ocasión de vuestro casamiento. Por la fuerza del Redentor, podéis trabajar con sabiduría y potencia para contribuir a la regeneración de alguna existencia desdichada. ¿Qué hay de imposible para Cristo? El es perfecto en sabiduría, justicia y amor. No os encerréis en vosotros mismos; ni os contentéis con cifrar todos vuestros afectos el uno en el otro. Aprovechad toda ocasión de trabajar por aquellos que os rodean y compartid con ellos vuestros afectos. Las palabras amables, las miradas de simpatía, las expresiones de aprecio serían para muchos de los que luchan a solas como un vaso de agua fresca para el sediento. Una palabra de estímulo, un acto de bondad contribuyen mucho a aliviar el fardo que pesa sobre los hombros cansados. La verdadera felicidad consiste en servir desinteresadamente a otros. Cada palabra, cada acción ejecutada en este espíritu queda anotada en los libros del cielo como habiendo sido dicha o hecha para Cristo. “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos—declara él,—a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40. Vivid en el resplandor del amor del Salvador. Entonces vuestra influencia beneficiará al mundo. Permitid al espíritu de Cristo que se apodere de vosotros. Esté siempre en vuestros labios la ley de la bondad. La indulgencia y el altruísmo caracterizan las palabras y las acciones de quienes nacieron de nuevo para vivir una vida nueva en Cristo Jesús.*****
“Ninguno de nosotros vive para sí.” El carácter se manifestará. Las miradas, el tono de la voz, las acciones, todas estas cosas contribuyen con su influencia a hacer feliz o desafortunado el círculo doméstico. Modelan el temperamento y el carácter de los hijos; inspiran confianza y amor, o tienden a destruir estas virtudes. Todos mejoran o empeoran, son hechos felices o miserables por estas influencias. Debemos hacer conocer a nuestras familias la Palabra practicada en la vida. Debemos hacer todo lo posible para purificar, iluminar, consolar y alentar a nuestros familiares.
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Son muchos en nuestro mundo los que perecen por falta del amor y la simpatía que se les debiera otorgar. Muchos hombres aman a sus esposas, pero son demasiado egoístas para manifestarlo. Sienten una dignidad y un orgullo falsos, y no quieren manifestar su amor en palabras o en acciones. Son muchos los hombres que nunca han sabido cuán hambriento de una tierna palabra de aprecio y de afecto estuvo el corazón de su esposa. Sepultan a sus amados y murmuran contra la providencia de Dios que los privó de su compañía, cuando, si pudieran examinar la vida íntima de los tales, verían que su propia conducta fué la causa de su muerte prematura. La religión de Cristo nos inducirá a ser bondadosos y corteses, y no tenaces en nuestras opiniones. Debemos morir al yo y estimar a los otros como mejores que nosotros mismos.
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