viernes, 2 de agosto de 2024

Una vida santa


Hemos de ser conductos consagrados, por los cuales la vida del cielo se comunique a otros. El Espíritu Santo debe animar e impregnar toda la iglesia, purificando los corazones y uniéndolos unos a otros. Los que han sido sepultados con Cristo por el bautismo deben entrar en una nueva vida, y dar un ejemplo vivo de lo que es la vida de Cristo. Una comisión sagrada nos ha sido confiada. Esta es la orden que nos ha sido dada: “Por tanto, id, y doctrinad a todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Mateo 28:19, 20. La obra a la que os habéis consagrado consiste en dar a conocer el Evangelio de la salvación. Vuestro poder está en la perfección celestial.

El testimonio que debemos dar por Dios no consiste sólo en predicar la verdad y distribuir impresos. No olvidemos que el argumento más poderoso en favor del cristianismo es una vida semejante a la de Cristo, mientras que un cristiano vulgar hace más daño en el mundo que un mundano. Todos los libros escritos no reemplazarán una vida santa. Los hombres creerán, no lo que diga el predicador, sino lo que viva la iglesia. Demasiado a menudo la influencia del sermón predicado desde el púlpito queda neutralizada por el que se desprende de las vidas de personas que se dicen defensoras de la verdad. El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo en su pueblo. El quiere que los que llevan el nombre de Cristo le representen por el pensamiento, la palabra y la acción. Deben tener pensamientos puros y pronunciar palabras nobles y animadoras, capaces de atraer al Salvador a las personas que los rodean. La religión de Cristo debe estar entretejida en todo lo que dicen y hacen. En todos sus negocios, debe desprenderse el perfume de la presencia de Dios. El pecado es una cosa detestable. Por su causa fué marchitada la hermosura moral de un gran número de ángeles. Penetró en el mundo y borró casi por completo la imagen de Dios en el hombre. Mas, en su gran amor, Dios ofreció al hombre la posibilidad de recuperar la posición que había perdido al ceder al tentador. Cristo vino a ponerse a la cabeza de la humanidad para desarrollar en favor nuestro un carácter perfecto. Los que le reciben nacen de nuevo. Cristo vió a la humanidad, como consecuencia del enorme desarrollo del pecado, dominada por el príncipe de las potestades del aire y manifestando una fuerza gigantesca en obras de maldad. Vió también que un poder mayor debía hacer frente a Satanás y derrotarlo. “Ahora es el juicio de este mundo—dijo:—ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.” Juan 12:31. Cristo vió que si los seres humanos creían en él, les sería concedido poder para afrontar al ejército de los ángeles caídos, cuyo nombre es legión. Fortificó su alma con el pensamiento de que, merced al sacrificio maravilloso que iba a hacer, el príncipe de este mundo sería echado fuera, y hombres y mujeres serían capacitados, por la gracia de Dios, para recuperar lo que habían perdido. Hombres y mujeres pueden vivir la vida que Cristo vivió en este mundo si se revisten de su poder y siguen sus instrucciones. Pueden recibir, en su lucha con Satanás, todos los socorros que Cristo mismo recibió. Pueden llegar a ser más que vencedores, por Aquel que los amó y se dió a sí mismo por ellos. La vida de los que profesan ser cristianos sin vivir la vida de Cristo, es una burla para la religión. Cualquiera que esté inscrito en los registros de la iglesia tiene el deber de representar al Salvador llevando el adorno interior de un espíritu manso y apacible. Debe ser su testigo y hacer conocer las ventajas que hay en vivir y trabajar conforme al ejemplo de Cristo. La verdad presente debe manifestar su potencia en la vida de aquellos que creen en ella, para que de este modo se comunique al mundo. Los creyentes deben representar en su vida su eficacia santificadora y ennoblecedora.

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