"Desfalleciendo los hombres por el temor y la
expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra." Luc. 21: 26.
¡Oh, si el pueblo de Dios tuviera conciencia de la inminente destrucción
de miles de ciudades ahora casi entregadas a la idolatría!
No hace mucho
tiempo, una escena muy impresionante pasó delante de mí. Vi un inmenso globo de
fuego cayendo
entre algunas hermosas mansiones y causando su instantánea destrucción. Escuché
a alguien decir: "Nosotros sabíamos que los juicios de Dios vendrían sobre la
tierra, pero no sabíamos que vendrían tan pronto". Otros dijeron: "¿Vosotros lo
sabíais? Entonces, ¿por qué no nos lo dijisteis? Nosotros no lo sabíamos". En
todo lugar escuché que se hablaban tales palabras...
Pronto penosas
aflicciones sobrevendrán entre las naciones: una angustia que no cesará hasta la
venida de Jesús. Como nunca antes necesitamos apresurarnos a servir juntos a
Aquel que ha preparado su trono en los cielos y cuyo reino gobierna sobre todos.
Dios no ha desamparado a su pueblo, y nuestra fuerza depende de no separarnos de
él.
Los juicios de Dios están en la tierra. Las guerras y los rumores de
guerras, la destrucción por fuego e inundación, dicen
claramente que el tiempo de angustia, el cual irá en aumento hasta el fin, está
cerca, a las puertas. No tenemos tiempo que perder. El mundo está perturbado por
el espíritu de la guerra. Las profecías del capítulo once de Daniel casi han
alcanzado su cumplimiento final.
El viernes pasado, de mañana,
justamente antes de levantarme, se presentó delante de mí una escena muy
impresionante. Me parecía que me había despertado de dormir, pero no en mi
hogar. Por las ventanas yo podía observar una terrible conflagración. Grandes
esferas de fuego
se desplomaban sobre las casas, y desde esas bolas de fuego, saetas ígneas volaban
en toda dirección. Era imposible dominar los incendios que se iniciaban y muchos
lugares estaban siendo destruidos.
Las ciudades de las naciones serán
tratadas con estrictez, y sin embargo, no serán visitadas con la extrema
indignación de Dios, porque algunas almas renunciarán a los engaños del enemigo,
y se arrepentirán y convertirán, mientras que las masas estarán atesorando ira
para el día de la ira