Mi
mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero
miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.
Isaías 66:2.
Dios ha
mostrado en su Palabra la única manera como se puede hacer esta tarea. Como
quienes tenemos que dar cuenta, debemos realizar una obra fervorosa y fiel para
trabajar en favor de las almas. “¡Arrepentíos, arrepentíos!” fue el mensaje que
proclamó Juan en el desierto...
El
mensaje de Cristo a la gente fue: “Si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente”. Lucas 13:3. Y a los apóstoles se les ordenó que predicaran por
todas partes que los pecadores debían arrepentirse. El Señor quiere que sus
siervos prediquen hoy las antiguas doctrinas del evangelio: el dolor por el
pecado, el arrepentimiento y la confesión. Necesitamos sermones de estilo
antiguo, costumbres de estilo antiguo, padres y madres en Israel como los de
antes, que posean la ternura de Cristo.
Hay que
trabajar con el pecador en forma perseverante, ferviente, sabia, hasta que se dé
cuenta de que es transgresor de la ley de Dios y manifieste arrepentimiento
hacia el Altísimo y fe hacia nuestro Señor Jesucristo. Cuando el pecador sea
consciente de su condición desesperada, y sienta su necesidad del Salvador,
acudirá con fe y esperanza al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
Juan 1:29. Cristo aceptará al alma que acude a él verdaderamente arrepentida. No
rechazará el corazón quebrantado.
Ya
resuena el grito de guerra por todas partes. Avance hacia el frente cada soldado
de la cruz, no con suficiencia propia, sino con mansedumbre y humildad de
corazón. Su obra, mi obra, no terminará con esta vida. Podremos descansar por un
poco de tiempo en la sepultura; pero cuando venga el llamado, emprenderemos
nuestra obra en el reino de Dios para promover la gloria de Cristo. Esta santa
obra debe comenzar sobre la tierra. No debemos analizar nuestro propio placer o
conveniencia. Nuestra pregunta debe ser: “¿Qué puedo hacer para llevar a otros a
Cristo? ¿Cómo puedo hacerles conocer el amor de Dios que sobrepasa todo
conocimiento?”—The Signs of the Times, 27 de diciembre de 1899. Ver Cada Día con
Dios, 370.