Pero
tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de donde
has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a
ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.
Apocalipsis 2:4, 5.
El
Redentor del mundo declara que hay pecados mayores que aquellos por los cuales
fueron destruidas Sodoma y Gomorra. Los que oyen la invitación del evangelio que
llama a los pecadores al arrepentimiento, y no hacen caso de ella, son más
culpables ante Dios que los habitantes del valle de Sidim. Mayor aun es el
pecado de los que aseveran conocer a Dios y guardar sus mandamientos, y sin
embargo niegan a Cristo en su carácter y en su vida diaria. De acuerdo con lo
indicado por el Salvador, la suerte de Sodoma es una solemne advertencia, no
meramente para los que son culpables de pecados manifiestos, sino para todos los
que están jugando con la luz y los privilegios que vienen del Cielo...
Con una
compasión más tierna que la que conmueve el corazón de un padre terrenal que
perdona a su hijo pródigo y doliente, el Salvador anhela que respondamos a su
amor y al perdón que nos ofrece. Dice a los extraviados: “Volveos a mí, y yo me
volveré a vosotros”. Malaquías 3:7. Pero si el pecador se niega obstinadamente a
responder a la voz que lo llama con compasivo y tierno amor, será abandonado al
fin en las tinieblas.
El
corazón que ha menospreciado por mucho tiempo la misericordia de Dios se
endurece en el pecado, y ya no es susceptible a la influencia de la gracia
divina. Terrible será la suerte de aquel de quien por último el Salvador
declare: “Es dado a ídolos”. Oseas 4:17. En el día del juicio, la suerte de las
ciudades de la llanura será más tolerable que la de quienes reconocieron el amor
de Cristo y, sin embargo, se apartaron para seguir los placeres de un mundo
pecador.
Ustedes
que desprecian los ofrecimientos de la misericordia, piensen en la larga serie
de asientos que se acumulan contra ustedes en los libros del cielo; pues allá se
registra la impiedad de las naciones, las familias y los individuos. Dios puede
soportar mucho mientras se lleva la cuenta, y puede enviar llamados al
arrepentimiento y ofrecer perdón; sin embargo, llegará el momento cuando habrá
completado la cuenta; cuando el alma habrá hecho su elección; cuando por su
propia decisión la persona habrá fijado su destino. Entonces se dará la señal
para ejecutar el juicio.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 160-162.
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