Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y
esforzaos. 1 Corintios 16:13.
Usted podría hacer una obra mucho más grande y mucho más
eficiente si cultivara una tranquila confianza en Dios y no
estuviera ansioso, preocupado y perturbado, como si Jesús
estuviera en el sepulcro y Ud. no tuviera Salvador. El
resucitó... ascendió a los cielos y es su Abogado delante del
trono de Dios...
Los discípulos de Cristo no deben asombrarse si son llamados a
participar de los sufrimientos de Cristo. ¿Cómo puede mirar El a
aquellos por quienes hizo tanto, por quienes pagó un precio tan
infinito y que sin embargo no han apreciado nunca su gran don
por ellos? La obra de los representantes de Cristo debe ser
similar a la de su Redentor. No deben contemplarse a sí mismos
ni confiar en el yo. No deben hacer una evaluación demasiado
alta de sus propios esfuerzos, pues cuando vean que otros no
consideran sus labores de tanto valor como ellos mismos las
estiman, llegan a sentir que no vale la pena seguir trabajando.
Pero ésta es la obra del enemigo. No vivimos para los hombres
sino para Dios. El considera nuestra obra en su verdadero valor.
Aprecia la nobleza de carácter, y sea que los hombres la
aprecien o no, ella continúa viviendo después que el hombre ha
desaparecido. Cuando ya el ser humano no tiene nada que hacer
con cosa alguna debajo del sol, el ejemplo que dejó, las
palabras de oro que pronunció, continúan viviendo por toda la
eternidad. Esta influencia que correspondió al modelo divino
nunca muere. Su vida se conectó con Dios.
Todos ejercemos una influencia personal, y nuestras palabras y
acciones dejan una impresión indeleble. Es nuestro deber vivir,
no para el yo, sino para el bien de otros; no para ser manejados
por nuestros sentimientos, sino para tener en cuenta que nuestra
influencia es un poder para el bien o para el mal. Dios quiere
que sus obreros sean lo que David encomendó a Salomón que fuera:
“Sé hombre”.
A Dios no le complace que alguno de sus representantes se
preocupe, se canse y se agote al punto de no poder esparcir ya
la dulce fragancia del cielo en su vida. No tenemos sino una
vida para vivir. Jesús vino a nuestro mundo para enseñamos a
vivir esa vida a fin de que podamos representar el carácter del
Cielo. Nunca debiéramos ser pusilánimes, porque ello será
perjudicial para nosotros mismos y para aquellos que estén al
alcance de nuestra influencia. Dios requiere que nos comportemos
con dignidad en las pruebas y en las tentaciones. El Varón de
dolores, experimentado en quebranto, está ante nosotros como
nuestro ejemplo. “Al que venciere, le daré que se siente conmigo
en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi
Padre en su trono”. Apocalipsis 3:21.—Carta 7, del 10 de febrero
de 1885, dirigida a Daniel T. Bourdeau, uno de nuestros primeros
misioneros en Europa.*