sábado, 14 de junio de 2014

El servicio público exige una integridad estricta



No es de los reyes, oh Lemuel, no es de los reyes beber vino, ni de los príncipes la sidra; no sea que bebiendo olviden la ley, y perviertan el derecho de todos los afligidos.
Proverbios 31:4, 5.

Las personas intemperantes no debieran ser colocadas en situaciones de confianza por el voto del pueblo. Su influencia corrompe a otros, y graves responsabilidades están en juego. Con cerebro y nervios nublados por el tabaco y los estimulantes, ellos hacen una ley de su propia naturaleza, y cuando se disipa la influencia inmediata [de los estimulantes o licores] se produce un colapso. Con frecuencia la vida humana se encuentra en la balanza; de la decisión de los que ocupan esos cargos de confianza dependen la vida y la libertad, o la prisión y la angustia. Cuán necesario es que todos los que tienen parte en esas transacciones sean personas probadas, personas de cultura propia, personas honradas y veraces, de firme integridad, que desprecien el cohecho, que no permitan que su juicio o sus convicciones acerca de lo correcto sean torcidos por la parcialidad o el prejuicio.

Así dice Jehová: “No pervertirás el derecho de tu mendigo en su pleito. De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. No recibirás presente; porque el presente ciega a los que lo ven, y pervierte las palabras de los justos”. Éxodo 23:6-8.

Solamente los hombres y las mujeres estrictamente temperantes e íntegros debieran ser admitidos en nuestras cámaras legislativas y elegidos para presidir en nuestros tribunales. La propiedad, la reputación y aun la vida misma están inseguras, libradas al juicio de los que son intemperantes e inmorales. ¡Cuántas personas inocentes han sido condenadas a muerte, a cuántas más se las ha privado de todas sus posesiones terrenales por la injusticia de jurados, abogados, testigos y aun jueces adictos a la bebida!...

Hoy se necesitan personas que sean como Daniel, personas que posean la abnegación y el valor de ser reformadores radicales en favor de la temperancia. Que todo cristiano comprenda que su ejemplo y su influencia deben estar del lado de la reforma. Sean los ministros del evangelio fieles en instruir y amonestar al pueblo. Y recordemos todos que nuestra felicidad en los dos mundos depende del progreso que hayamos hecho en uno.—La Temperancia, 42, 43, 210, 211.

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