lunes, 17 de julio de 2023

Angustia inenarrable


Podemos apreciar apenas débilmente la angustia inenarrable que sintió el amado Hijo de Dios en Getsemaní, al comprender que se había separado de Dios al llevar el pecado del hombre. El fué hecho pecado por la especie caída. La sensación de que se apartaba de él el amor de su Padre, arrancó de su alma angustiada estas dolorosas palabras: “Mi alma está muy triste hasta la muerte.” “Si es posible, pase de mí este vaso.” Luego, con completa sumisión a la voluntad de su Padre, añadió: “Empero, no como yo quiero, sino como tú.”

El divino Hijo de Dios desmayaba y se moría. El Padre envió a un mensajero de su presencia para que fortaleciera al divino Doliente, y le ayudara a pisar la senda ensangrentada. Si los mortales hubiesen podido ver el pesar y asombro de la hueste angélica al contemplar en silencio cómo el Padre separaba sus rayos de luz, su amor y gloria, del amado Hijo de su seno, comprenderían mejor cuán ofensivo es el pecado a la vista de Dios. La espada de la justicia iba a ser desenvainada contra su amado Hijo. Por un beso fué éste entregado en manos de sus enemigos y llevado apresuradamente al tribunal terreno, donde había de ser ridiculizado y condenado a muerte por mortales pecaminosos. Allí, el glorioso Hijo de Dios fué “herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados.” Isaías 53:5. Soportó insultos, burlas e ignominiosos abusos, hasta que “fué desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres.” Isaías 52:14.

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