La muerte de los mártires no se puede comparar con la agonía sufrida por el Hijo de Dios. Debemos adquirir una visión más amplia y profunda de la vida, los sufrimientos y la muerte del amado Hijo de Dios. Cuando se considera correctamente la expiación, se reconoce que la salvación de las almas es de valor infinito. En comparación con la empresa de la vida eterna, todo lo demás se hunde en la insignificancia. Pero ¡cómo han sido despreciados los consejos de este amado Salvador! El corazón se ha dedicado al mundo, y los intereses egoístas han cerrado la puerta al Hijo de Dios. La hueca hipocresía, el orgullo, el egoísmo y las ganancias, la envidia, la malicia y las pasiones han llenado de tal manera los corazones de muchos, que Cristo no halla cabida en ellos.
El era eternamente rico; sin embargo, por amor nuestro se hizo pobre, a fin de que por su pobreza fuésemos enriquecidos. Estaba vestido de luz y gloria, y rodeado de huestes de ángeles celestiales, que aguardaban para ejecutar sus órdenes. Sin embargo, se vistió de nuestra naturaleza y vino a morar entre los mortales pecaminosos. Este es un amor que ningún lenguaje puede expresar, pues supera todo conocimiento. Grande es el misterio de la piedad. Nuestras almas deben ser vivificadas, elevadas y arrobadas por el tema del amor del Padre y del Hijo hacia el hombre. Los discípulos de Cristo deben aprender aquí a reflejar en cierto grado este misterioso amor; así se prepararán para unirse con todos los redimidos que atribuirán “al que está sentado en el trono, y al Cordero, ... la bendición, y la honra y la gloria, y el poder, para siempre jamás.” Apocalipsis 5:13.
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