jueves, 5 de octubre de 2023

El sistema del diezmo


El ha dado a su pueblo un plan para obtener sumas suficientes con qué financiar sus empresas. El plan de Dios en el sistema del diezmo es hermoso por su sencillez e igualdad. Todos pueden practicarlo con fe y valor porque es de origen divino. En él se combinan la sencillez y la utilidad, y no requiere profundidad de conocimiento para comprenderlo y ejecutarlo. Todos pueden sentir que son capaces de hacer una parte para llevar a cabo la preciosa obra de salvación. Cada hombre, mujer y joven puede llegar a ser un tesorero del Señor, un agente para satisfacer las demandas de la tesorería. Dice el apóstol: “Cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pudiere.” 1 Corintios 16:2.

Por este sistema se alcanzan grandes objetos. Si todos lo aceptasen, cada uno sería un vigilante y fiel tesorero de Dios, y no faltarían recursos para llevar a cabo la gran obra de proclamar el último mensaje de amonestación al mundo. La tesorería estará llena si todos adoptan este sistema, y los contribuyentes no serán más pobres por ello. Mediante cada inversión hecha, llegarán a estar más vinculados a la causa de la verdad presente. Estarán “atesorando para sí buen fundamento para lo por venir,” a fin de “que echen mano a la vida eterna.” 1 Timoteo 6:19. Al ver los que trabajan con perseverancia y sistemáticamente que sus generosos empeños tienden a alimentar el amor a Dios y a sus semejantes, y que sus esfuerzos personales extienden su esfera de utilidad, comprenderán que reporta una gran bendición el colaborar con Cristo. La iglesia cristiana, por lo general, no reconoce el derecho de Dios de exigirle que dé ofrendas de las cosas que posee, para sostener la guerra contra las tinieblas morales que inundan al mundo. Nunca podrá la causa de Dios progresar como debiera hacerlo antes que los seguidores de Cristo trabajen activa y celosamente. Cada miembro individual de la iglesia debe sentir que la verdad que él profesa es una realidad, y todos deben trabajar desinteresadamente. Algunos ricos se sienten inclinados a murmurar porque la obra de Dios se extiende y se necesita dinero. Dicen que no acaban nunca los pedidos de recursos, y los motivos por solicitar ayuda se presentan uno tras otro. A los tales queremos decir que esperamos que la causa de Dios se extienda de tal manera que haya mayores ocasiones y pedidos más frecuentes y urgentes de que la tesorería supla lo necesario para proseguir la obra. Si el plan de la benevolencia sistemática fuese adoptado por cada persona y llevado plenamente a cabo, habría una constante provisión en la tesorería. Los ingresos afluirían como una corriente constantemente alimentada por rebosantes fuentes de generosidad. El dar ofrendas es una parte de la religión evangélica. ¿Acaso la consideración del precio infinito pagado por nuestra redención no nos impone solemnes obligaciones pecuniarias, así como el deber de consagrar todas nuestras facultades a la obra del Maestro? Tendremos una deuda que saldar con el Maestro antes de mucho cuando él diga: “Da cuenta de tu mayordomía.” Lucas 16:2. Si los hombres prefieren poner a un lado los derechos de Dios y retener egoístamente todo lo que él les da, él callará por el momento y continuará probándolos con frecuencia aumentando sus bendiciones, dejando que éstas continúen fluyendo; y aquellos hombres seguirán tal vez recibiendo honores de sus semejantes, sin que la iglesia los censure; pero antes de mucho Dios les dirá: “Da cuenta de tu mayordomía.” Dice Cristo: “En cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mí lo hicisteis.” Mateo 25:45. “No sois vuestros. Porque comprados sois por precio,” y estáis bajo la obligación de glorificar a Dios con vuestros recursos, así como en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, que son suyos. “Comprados sois por precio,” “no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo.” 1 Corintios 6:20; 1 Pedro 1:18, 19. El pide, en compensación de los dones que nos ha confiado, que ayudemos en la obra de salvar almas. El dió su sangre y nos pide nuestro dinero. Mediante su pobreza somos hechos ricos, y ¿nos negaremos a devolverle sus propios dones?

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