lunes, 26 de febrero de 2024

Con celo santificado


Los agentes del Señor deben tener un celo santificado y completamente regido por él. Los tiempos tormentosos nos sobrecogerán bastante pronto, y no debemos seguir una conducta impropia que apresure su llegada. Vendrá una tribulación de un carácter tal que impulsará hacia Dios a todos los que deseen ser suyos y solamente suyos. Hasta que seamos probados en el horno de fuego no nos conoceremos a nosotros mismos, y no es propio que midamos el carácter de los demás ni condenemos a aquellos que no han recibido todavía la luz del mensaje del tercer ángel.

Si deseamos que los hombres se convenzan de que la verdad que creemos santifica el alma y transforma el carácter, no los abrumemos constantemente con acusaciones vehementes. Con ello no lograríamos sino imponerles la conclusión de que la doctrina que profesamos no puede ser la cristiana, ya que no nos hace bondadosos ni corteses. El cristianismo no se manifiesta por acusaciones pugilísticas y condenatorias. Muchos de nuestros hermanos corren el riesgo de procurar ejercer sobre otros un poder controlador y oprimir a sus semejantes. Existe el peligro de que aquellos a quienes se han confiado responsabilidades conozcan un solo poder: el de la voluntad no santificada. Algunos han ejercido este poder sin escrúpulo y han perjudicado grandemente a aquellos a quienes el Señor está usando. Una de las mayores maldiciones de nuestro mundo (que se ve en las iglesias y por doquiera) es el amor a la supremacía. Los hombres se dejan absorber por la búsqueda del poder y de la popularidad. Para nuestro agravio y vergüenza, este espíritu se ha manifestado en las filas de los observadores del sábado. Pero el éxito espiritual es solamente para los que han adquirido mansedumbre y humildad en la escuela de Cristo. Debemos recordar que el mundo nos juzgará por lo que aparentemos ser. Procuren no manifestar inconsecuencia de carácter los que quieren representar a Cristo. Antes de avanzar al frente, veamos que el Espíritu Santo haya sido derramado sobre nosotros. Cuando tal sea el caso daremos un mensaje decidido, pero de un carácter mucho menos condenatorio que el que han estado dando algunos; y todos los creyentes serán mucho más fervientes en pro de la salvación de nuestros oponentes. Dejemos a Dios la responsabilidad de condenar a las autoridades y a los gobiernos. Con mansedumbre y amor, defendamos como centinelas fieles los principios de la verdad tal cual es en Jesús.

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La mansedumbre es una gracia preciosa, que nos hace dispuestos a sufrir en silencio y a soportar las pruebas. La mansedumbre es paciente, y trabaja para ser feliz en toda circunstancia. La mansedumbre es siempre agradecida, compone sus propios cantos de felicidad y llena el corazón de melodías para Dios. La mansedumbre sufrirá chascos y perjuicios sin buscar represalias. La mansedumbre no consiste en callar y enfurruñarse. Un temperamento sombrío es lo opuesto de la mansedumbre; porque no hace sino herir y causar dolor a otros, sin obtener placer para sí.

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Ví que en cada caso es nuestro deber obedecer las leyes de nuestro país, a menos que estén en conflicto con la ley superior que Dios pronunció con voz audible desde el Sinaí, y que grabó luego en piedra con su propio dedo. “Daré mi ley en sus entrañas, y escribiréla en sus corazones; y seré yo a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” Jeremías 31:33. El que tiene la ley de Dios escrita en el corazón obedecerá a Dios antes que a los hombres, y desobedecerá a todos los hombres antes que desviarse en lo mínimo del mandamiento de Dios. Los hijos de Dios, enseñados por la inspiración de verdad e inducidos por una buena conciencia a vivir según toda Palabra de Dios, tendrán su ley escrita en el corazón como la única autoridad que puedan reconocer u obedecer. La sabiduría y la autoridad divina son supremas.

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