jueves, 29 de febrero de 2024

Lo que pudo haber sido


Costó abnegación, sacrificio propio, energía indomable y mucha oración sacar adelante las diversas empresas misioneras hasta donde están. Existe el peligro de que algunos de los que entran ahora en el escenario de acción se conformen con ser deficientes y crean que ya no hay necesidad de tanta abnegación y diligencia ni de tanto trabajo arduo y desagradable como pusieron de manifiesto los iniciadores de este mensaje, porque los tiempos han cambiado y, en vista de que ahora hay más recursos en la causa de Dios, no es necesario colocarse en circunstancias tan penosas como las que muchos tuvieron que arrostrar en el desarrollo del mensaje.

Pero si se manifestase en el cumplimiento actual de la obra la misma diligencia y abnegación que se vió en sus comienzos, veríamos resultados cien veces mayores que los alcanzados ahora. Para que la obra siga progresando en el alto nivel de acción en que se inició, no debe haber decaimiento de los recursos morales. Debe haber de continuo nuevos aportes de fuerza moral. Si los que entran ahora en el campo como obreros llegan a sentir que pueden cejar en sus esfuerzos, que ya no son esenciales la abnegación y la estricta economía, no sólo de los recursos sino también del tiempo, la obra retrocederá. Los obreros del momento actual deben tener el mismo grado de piedad, energía y perseverancia que tuvieron los dirigentes del comienzo. La obra se ha extendido de tal manera que abarca ahora un extenso territorio y ha aumentado el número de los creyentes. Sin embargo, hay una gran deficiencia, porque podría haberse realizado una obra mayor si se hubiese manifestado el mismo espíritu misionero que en los primeros tiempos. Sin este espíritu, el obrero no hará sino mancillar y deshonrar la causa de Dios. La obra retrocede realmente en vez de progresar como Dios quisiera. Nuestro número actual y la extensión de nuestra obra no deben ser comparados con lo que eran al comienzo. Debemos considerar lo que pudo haberse hecho si cada obrero se hubiese consagrado a Dios en alma, cuerpo y espíritu, como debiera haberlo hecho. Como nunca antes, debemos orar no sólo que sean enviados obreros al gran campo de la mies, sino pedir un claro concepto de la verdad, a fin de que cuando lleguen los mensajeros de la verdad podamos aceptar el mensaje y respetar al mensajero.

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Los ministros y los negocios—Los ministros del Evangelio deben mantener su cargo libre de todas las cosas seculares o políticas, y emplear todo su tiempo y talentos en actividades de esfuerzo cristiano.

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Si se ata a un ministro a un lugar y se lo hace sobreveedor de asuntos comerciales relacionados con la obra de la iglesia, ello no favorece su espiritualidad. Una decisión tal no está de acuerdo con el plan bíblico bosquejado en el capítulo 6 de los Hechos. Estudiad ese plan; porque está aprobado por Dios. Seguid la Palabra.

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El que presenta la Palabra de vida no debe permitir que se le impongan demasiadas cargas. Debe tomar tiempo para estudiar la Palabra y examinarse a sí mismo. Si escudriña detenidamente su propio corazón y se entrega al Señor, sabrá comprender mejor las cosas ocultas de Dios.

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Nuestros ministros deben aprender a dejar de lado los negocios y asuntos financieros. Vez tras vez se me ha indicado que estos últimos no constituyen la obra del ministerio. No se debe cargar a los ministros ni siquiera con los detalles comerciales de la obra en las ciudades, sino que deben estar listos para visitar los lugares donde se ha despertado interés en el mensaje, y especialmente asistir a nuestros congresos. Cuando se celebran estas reuniones, nuestros obreros no deben pensar que deben permanecer en las ciudades atendiendo negocios relacionados con diversos ramos de la obra realizada allí; ni tampoco deben abandonar apresuradamente los congresos para hacer esta clase de obra.

Los encargados de nuestras asociaciones deben hallar hombres de negocios que atiendan los detalles financieros de la obra en las ciudades. Si no se pueden hallar tales hombres, provéanse los medios para instruir a hombres que puedan llevar estas cargas.

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En vez de elegir el trabajo que más nos agrade, y negarnos a hacer algo que nuestros hermanos piensan que debiéramos hacer, hemos de preguntar: “Señor, ¿qué quieres que haga?” En vez de tomar el camino que nos induce a seguir la inclinación natural, debemos orar: “Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud.” Salmos 27:11.

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