domingo, 17 de marzo de 2024

Empleo correcto del tiempo, las fuerzas y el dinero


Practicad la economía en el empleo de vuestro tiempo. Pertenece al Señor. Vuestra fuerza es del Señor. Si tenéis costumbres de despilfarro, suprimidlas de vuestra vida. Si conserváis tales hábitos, ellos ocasionarán vuestra bancarrota para la eternidad, mientras que los hábitos de economía, laboriosidad y sobriedad son, aun en este mundo, una porción mejor para vosotros y vuestros hijos, que una dote cuantiosa.

Somos viajeros, peregrinos y advenedizos en la tierra. No gastemos nuestros recursos para satisfacer deseos que Dios nos ordena reprimir. Demos, más bien, el debido ejemplo a los que se tratan con nosotros. Representemos adecuadamente nuestra fe restringiendo nuestros deseos. Levántense las iglesias como un solo hombre y trabajen fervientemente como quienes andan en la plena luz de la verdad para estos últimos tiempos. Impresione vuestra influencia a las almas para hacerles comprender el carácter sagrado de los requerimientos de Dios. Si en la providencia de Dios os han sido dadas riquezas, no os acomodéis en este mundo pensando que no necesitáis dedicaros a un trabajo útil, que tenéis bastante, y que podéis comer, beber y alegraros. No permanezcáis ociosos mientras otros están luchando para obtener recursos para su causa. Invertid vuestros recursos en la obra del Señor. Si hacéis menos que vuestro deber para ayudar a los que perecen, recordad que al ser indolentes incurrís en culpa. Dios es quien da a los hombres el poder de conseguir riquezas, y él otorga esta capacidad, no como medio de complacer al yo, sino como un medio de devolver a Dios lo suyo. Con este objeto, no es pecado adquirir recursos. El dinero debe ganarse por el trabajo. Todo joven debe cultivar costumbres de laboriosidad. La Biblia no condena a nadie por ser rico, si adquirió sus riquezas honradamente. Es el amor egoísta al dinero mal empleado lo que constituye la raíz de todo mal. La riqueza resultará una bendición si la consideramos como del Señor, para ser recibida con agradecimiento y devuelta con igual agradecimiento al Dador. ¿Pero qué valor tiene la riqueza más incomensurable, si se acumula en costosas mansiones o en títulos bancarios? ¿Qué peso tienen estas cosas en comparación con un alma por la cual murió el Hijo del Dios infinito? A los que han amontonado riquezas para los últimos días, el Señor declara: “Vuestras riquezas están podridas: vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están corrompidos de orín; y su orín os será en testimonio, y comerá del todo vuestras carnes como fuego.” Santiago 5:2, 3. El Señor nos ordena: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejecen, tesoro en los cielos que nunca falta; donde ladrón no llega, ni polilla corrompe. Porque donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón. Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras antorchas encendidas; y vosotros semejantes a hombres que esperan cuando su Señor ha de volver de las bodas; para que cuando viniere y llamare, luego le abran. Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de cierto os digo, que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y pasando les servirá. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, y los hallare así, bienaventurados son los tales siervos. Esto empero sabed, que si supiese el padre de familia a qué hora había de venir el ladrón, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros pues también, estad apercibidos; porque a la hora que no pensáis, el Hijo del hombre vendrá.” Lucas 12:33-40.

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