En el transcurso de una de las últimas noches, fuí despertada de mi sueño y vi los padecimientos que Cristo tuvo que soportar en favor de los hombres. Su sacrificio, las burlas y los insultos que recibió de parte de los malvados, su agonía en Getsemaní, la traición y la crucifixión: todo esto me fué mostrado vívidamente.
Vi a Cristo en medio de un gran concurso de gente. Procuraba grabar sus enseñanzas en las mentes. Pero era menospreciado y rechazado. Los hombres le abrumaban de injurias e ignominia. Este espectáculo me produjo gran angustia. Rogué así a Dios: “¿Qué sucederá a esta congregación? ¿Será posible que en la muchedumbre nadie renuncie a la alta opinión que tiene de sí mismo para buscar al Señor como un niño? ¿Ninguno quebrantará su corazón delante de Dios por medio del arrepentimiento y la confesión?” Luego vi la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní, cuando la copa misteriosa temblaba en la mano del Redentor. “Padre mío—rogaba,—si es posible, pase de mí este vaso; empero no como yo quiero, sino como tú.” Mateo 26:39. Mientras suplicaba a su Padre, grandes gotas de sangre caían de su cara hasta el suelo. Las potestades de las tinieblas se congregaban alrededor de él para desanimarlo. Levantándose del suelo, volvió adonde estaban sus discípulos a los que había recomendado que velasen y orasen con él, por temor a que fuesen presa de la tentación. El quería cerciorarse de si comprendían su agonía; experimentaba la necesidad de simpatía humana. Pero los halló dormidos. Por tres veces fué a ellos y cada vez los encontró durmiendo. Por tres veces el Salvador pronunció la oración: “¡Padre mío, si es posible pase de mí este vaso!” Fué entonces cuando el destino de un mundo perdido tembló en la balanza. Si Cristo hubiese rehusado beber la copa, el resultado habría sido la ruina eterna de la familia humana. Empero un ángel del cielo fortaleció al Hijo de Dios para que aceptara y bebiera la amarga copa. ¡Cuán pocos hay que se den cuenta de que todo eso ha sido sobrellevado para ellos personalmente, y que raciocinen de esta manera: “Esto fué hecho para mí, a fin de que yo pueda formar un carácter digno de la vida eterna”! Mientras estas cosas me eran presentadas de una manera tan vívida, me decía a mí misma: “Nunca podré exponer este asunto de acuerdo con su realidad;” y sólo os he dado una débil descripción de lo que me fué dado ver. Al pensar en la copa que tembló en la mano del Salvador; al comprender que hubiese podido negarse a beberla y dejar al mundo perecer en su pecado, hice la decisión de consagrar todas las energías de mi ser a ganar almas para él. Cristo vino al mundo para sufrir y morir, a fin de que, por la fe en él y apropiándonos sus méritos, llegásemos a colaborar con Dios. El designio del Salvador era que una vez que él hubiese subido al cielo, para allí interceder en favor de los hombres, sus discípulos continuasen la obra emprendida por él. ¿No se preocuparán los hombres por dar el mensaje a los que moran en tinieblas? Hay quienes están listos para ir a los extremos de la tierra, a llevar a los hombres la luz de la verdad; pero Dios quiere que toda alma que conozca la verdad se esfuerce por infundir a otros el amor a la verdad. ¿Cómo podremos ser estimados dignos de entrar en la ciudad de Dios si no estamos dispuestos a consentir verdaderos sacrificios para salvar a las almas que están por perecer? Cada uno de nosotros tiene una obra individual que cumplir. Yo sé que son muchos los que se colocan en la debida relación con Cristo y sólo piensan en presentar al mundo el mensaje de la verdad presente. Siempre están dispuestos a ofrecer sus servicios. Pero mi corazón se entristece cuando veo a tantos que se contentan con una vida cristiana empobrecida, y que apenas les cuesta algo. Por sus vidas declaran que para ellos Cristo murió en vano. Si no consideráis como honroso participar de los sufrimientos de Cristo, si vuestro corazón no se siente oprimido con el pensamiento de las almas que van a perecer, si no estáis dispuestos a realizar sacrificios con el fin de ahorrar el dinero que la obra necesita, no habrá lugar para vosotros en el reino de Dios. A cada paso necesitamos participar de los sufrimientos de Cristo y de su abnegación. El Espíritu de Dios debe descansar sobre nosotros y conducirnos constantemente por el camino del sacrificio.Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda forma de mal. 1 Tesalonicenses 5: 21-22_ Espacio de análisis de los acontecimientos actuales relacionados con la profecía bíblica
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