El 21 de octubre de 2024, Donald Trump asistió a la “Reunión de líderes religiosos de la 11.ª hora” en Carolina del Norte, cuyo objetivo era unir a pastores evangélicos y líderes cristianos para obtener su apoyo y unirlos en un bloque de votación. Ben Carson, adventista del séptimo día, participó en este servicio de “alabanza y adoración” que combinó la fe y la política de una manera que plantea serias preocupaciones sobre la separación de la iglesia y el estado.
En este evento, Donald Trump dijo que la mano de Dios preservó su vida para que pudiera hacer que Estados Unidos volviera a ser grande. Afirmó que era hora de que los cristianos recuperaran su país porque el cristianismo era el alma de Estados Unidos, no una amenaza. En diferentes momentos, la multitud gritaba “Jesús, Jesús” y “EE. UU., EE. UU.”, mientras Donald Trump instaba a los cristianos a salir a votar.
Si bien la religión desempeña un papel importante en la vida de muchos estadounidenses, su uso como herramienta de campaña política permite que los grupos religiosos sean explotados para sus propios fines políticos. Esto socava la naturaleza de la iglesia, porque se supone que los líderes espirituales representan el reino de Dios y no permiten este tipo de mezclas en las que las creencias religiosas se utilizan para ganar votos en las campañas políticas.
Las campañas políticas y los servicios religiosos son inherentemente incompatibles porque sirven a propósitos fundamentalmente diferentes: uno busca ganar poder e influencia sobre una nación, mientras que el otro es una devoción espiritual destinada a honrar a Dios. Cuando los líderes políticos utilizan el culto como plataforma para hacer campaña, siempre corrompen la sacralidad de la fe y manipulan el sentimiento religioso para alcanzar objetivos políticos. Tales manifestaciones abren la puerta a una peligrosa unión de la Iglesia y el Estado, que, como demuestra la historia, a menudo conduce a la persecución de quienes tienen creencias minoritarias o disidentes.
Según la profecía bíblica, la unión de la Iglesia y el Estado es un precursor de la marca de la bestia, donde las autoridades políticas imponen un culto falso y buscan controlar la conciencia, lo que conduce a la persecución del pueblo fiel de Dios que defiende la libertad religiosa y la verdad bíblica. Este tipo de mezcla erosiona la libertad de creencia individual y señala un camino hacia el control autoritario bajo el disfraz de la autoridad religiosa.
“La unión de la Iglesia con el Estado, por muy leve que sea, si bien puede parecer que acerca el mundo a la Iglesia, en realidad no hace más que acercar la Iglesia al mundo” (El Conflicto de los Siglos, pág. 297.1).
“La mezcla de la función eclesiástica y la función estatal está representada por el hierro y el barro. Esta unión está debilitando todo el poder de las iglesias. Esta concesión a la iglesia del poder del estado traerá resultados malos. Los hombres casi han sobrepasado el punto de la tolerancia de Dios. Han invertido su fuerza en la política y se han unido con el papado. Pero llegará el tiempo cuando Dios castigará a quienes han invalidado su ley, y su mala obra se volverá contra ellos mismos” (Comentario Bíblico, Vol. 4, p. 1168).
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