jueves, 24 de octubre de 2024

La gloria del evangelio

Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la práctica de la beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador. Dios habría podido salvar a los pecadores sin la colaboración del hombre; pero sabía que el hombre no podría ser feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra. Por un encadenamiento de circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al hombre los mejores medios para cultivar la beneficencia y observar la costumbre de dar, ya sea a los pobres o para el adelantamiento de la causa de Dios. Las apremiantes necesidades de un mundo arruinado nos obligan a emplear en su favor nuestros talentos—dinero e influencia—para hacer conocer la verdad a los hombres y mujeres que sin ella perecerían. Al responder a sus pedidos con nuestros actos de beneficencia, somos transformados a la imagen de Aquel que se hizo pobre para enriquecernos. Al dispensar a otros, los bendecimos; así es como atesoramos riquezas verdaderas.

La gloria del Evangelio consiste en que se funda en la noción de que se ha de restaurar la imagen divina en una raza caída por medio de una constante manifestación de benevolencia. Esta obra comenzó en los atrios celestiales, cuando Dios dió a los humanos una prueba deslumbradora del amor con que los amaba. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16. El don de Cristo revela el corazón del Padre. Nos asegura que, habiendo emprendido nuestra redención, él no escatimará ninguna cosa necesaria para terminar su obra, por más que pueda costarle. La generosidad es el espíritu del cielo. El abnegado amor de Cristo se reveló en la cruz. El dió todo lo que poseía y se dió a sí mismo para que el hombre pudiese salvarse. La cruz de Cristo es un llamamiento a la generosidad de todo discípulo del Salvador. El principio que proclama es de dar, dar siempre. Su realización por la benevolencia y las buenas obras es el verdadero fruto de la vida cristiana. El principio de la gente del mundo es: ganar, ganar siempre; y así se imagina alcanzar la felicidad; pero cuando este principio ha dado todos sus frutos, se ve que sólo engendra la miseria y la muerte. La luz del Evangelio que irradia de la cruz de Cristo condena el egoísmo y estimula la generosidad y la benevolencia. No debería ser causa de quejas el hecho de que se nos dirigen cada vez más invitaciones a dar. En su divina providencia Dios llama a su pueblo a salir de su esfera de acción limitada para emprender cosas mayores. Se nos exige un esfuerzo ilimitado en un tiempo como éste, cuando las tinieblas morales cubren el mundo. Muchos de los hijos de Dios están en peligro de dejarse prender en la trampa de la mundanalidad y avaricia. Deberían comprender que es la misericordia divina la que multiplica las solicitudes de recursos. Deben serles presentados blancos que despierten su benevolencia, o no podrán imitar el carácter del gran Modelo. Al dar a sus discípulos la orden de ir por “todo el mundo” y predicar “el evangelio a toda criatura,” Cristo asignó a los hombres una tarea: la de sembrar el conocimiento de su gracia. Pero mientras algunos salen al campo a predicar, otros le obedecen sosteniendo su obra en la tierra por medio de sus ofrendas. El ha puesto recursos en las manos de los hombres, para que sus dones fluyan por canales humanos al cumplir la obra que nos ha asignado en lo que se refiere a salvar a nuestros semejantes. Este es uno de los medios por los cuales Dios eleva al hombre. Es exactamente la obra que conviene a éste; porque despierta en su corazón las simpatías más profundas y le mueve a ejercitar las más altas facultades de la mente. Todas las cosas buenas de la tierra fueron colocadas aquí por la mano generosa de Dios, y son la expresión de su amor para con el hombre. Los pobres le pertenecen y la causa de la religión es suya. El oro y la plata pertenecen al Señor; él podría, si quisiera, hacerlos llover del cielo. Pero ha preferido hacer del hombre su mayordomo, confiándole bienes, no para que los vaya acumulando, sino para que los emplee haciendo bien a otros. Hace así del hombre su intermediario para distribuir sus bendiciones en la tierra. Dios ha establecido el sistema de la beneficencia para que el hombre pueda llegar a ser semejante a su Creador, de carácter generoso y desinteresado y para que al fin pueda participar con Cristo de una eterna y gloriosa recompensa. El amor que tuvo su expresión en el Calvario debiera ser reanimado, fortalecido y difundido en nuestras iglesias. ¿No haremos todo lo que está a nuestro alcance para fortalecer los principios que Cristo comunicó a este mundo? ¿No nos esforzaremos por establecer y desarrollar las empresas de beneficencia que necesitamos sin más demora? Al contemplar al Príncipe del cielo muriendo en la cruz por vosotros, ¿podéis cerrar vuestro corazón, diciendo: “No, nada tengo para dar”? Los que creen en Cristo deben perpetuar su amor. Este amor debe atraerlos y reunirlos en derredor de la cruz. Debe despojarlos de todo egoísmo y unirlos a Dios y entre sí mismos. Juntaos alrededor de la cruz dominados por un espíritu de sacrificio personal y de completa abnegación. Dios os bendecirá si hacéis lo mejor que podéis. Al acercaros al trono de la gracia y al veros ligados a ese trono por la cadena de oro que baja del cielo a la tierra para sacar a los hombres del abismo del pecado, vuestro corazón rebosará de amor hacia vuestros hermanos que están todavía sin Dios y sin esperanza en el mundo.

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Toda oportunidad de ayudar a un hermano menesteroso o de ayudar a la causa de Dios en la difusión de la verdad, es una perla que podéis enviar delante de vosotros para depositarla en el banco del cielo en segura custodia.

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Cuando se presenten en revisión delante de Dios los casos de todos, no se preguntará qué profesaron, sino: ¿Qué hicieron? ¿Fueron hacedores de la Palabra? ¿Vivieron para sí o, ejercitándose en obras de benevolencia y en acciones de bondad y amor, prefirieron a los demás antes que a sí mismos y se negaron a sí mismos a fin de beneficiar a otros? Si el registro demuestra que tal ha sido su vida, que su carácter se distinguió por la ternura, la abnegación y la benevolencia, recibirán la bienaventurada seguridad y bendición de Cristo: “Bien, buen siervo y fiel.” “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.” Mateo 25:21, 34. Cristo fué agraviado y herido por vuestro señalado amor egoísta, por vuestra indiferencia a las desgracias y necesidades ajenas.

 

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