"Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe." Juan 3: 30.
Me siento triste cuando veo la falta de religión práctica en nuestro mismo seno. El yo es sumamente evidente mientras el Espíritu de Cristo no se nota. Necesitamos iluminación divina. Necesitamos renovar cada día nuestra consagración a Dios.
¿Por qué no somos conscientes de que nuestros pecados han sido perdonados? Porque somos incrédulos. No estamos poniendo en práctica las enseñanzas de Cristo ni estamos incorporando sus virtudes en nuestras vidas. Si se nos concedieran el gozo, la exaltación y la esperanza impartidos por el Señor Jesucristo, muchos de nosotros haríamos de ello objetos de estima propia y de orgullo. Cuando Jesús mora en el corazón por la fe, se ponen en práctica las lecciones que él dio. Tendremos un concepto tan excelso de Jesucristo que el yo será abatido. Nuestros afectos se concentrarán en Jesús y nuestros pensamientos se dirigirán firmemente hacia el cielo. Cristo aumentará y el yo disminuirá.
Hay que entrenar la mente para que se espacie en las cosas espirituales. La humildad será el resultado de comprender el carácter amoroso de Jesucristo. Al meditar en las excelencias del carácter de Cristo nos daremos cuenta de cuán ofensivo es el pecado, y nos aferraremos de la justicia de Jesucristo. Cultivaremos las virtudes que residen en Jesús para que podamos reflejar su carácter ante los demás. Si contempláramos la cruz del Calvario no exaltaríamos el yo, sino que mantendríamos constantemente delante de nosotros nuestra propia indignidad, y cuánto le costó al cielo nuestra salvación; percibiríamos el amor inmaculado de Cristo.
Muchos permiten que sus mentes se espacien en su propia indignidad como si esto fuera una virtud. Es un impedimento para que acudan a Jesús con plena certidumbre de fe. Debieran sentir su indignidad, y a causa de esto, a causa de su carácter pecaminoso, debieran sentir la necesidad de acudir al Salvador, que es su mérito, y que será su justicia si se arrepienten y humillan. Su indignidad es un hecho evidente por sí mismo. Pero los méritos de Jesucristo son seguros. Por lo tanto, cada alma dubitativa tenga esperanza y cobre valor porque hay Alguien que es digno y este es su Salvador. Su única esperanza es una salvación de la cual se pueden aferrar por fe en méritos que no son propios, pero que serán suplidos por Jesucristo, nuestra justicia (Diario, Manuscrito 21 , del 9 de septiembre de 1899).
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