norma más elevada de dignidad personal
Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Jeremías 9:23.
Dios es la fuente de toda sabiduría. Él es infinitamente sabio, justo y bueno. Aparte de Cristo, la gente más sabia no puede comprenderle. Pueden profesar ser sabios; pueden gloriarse por sus adquisiciones; pero el simple conocimiento intelectual, aparte de las grandes verdades que se concentran en Cristo, es como nada...
Si los hombres y las mujeres pudiesen ver por un momento más allá del alcance de la visión finita, si pudiesen discernir una vislumbre de lo eterno, toda boca dejaría de jactarse. Los seres humanos que viven en este pequeño átomo del universo son finitos; Dios tiene mundos innumerables que obedecen sus leyes y son conducidos para gloria suya. Cuando en sus investigaciones científicas los seres humanos han ido hasta donde se lo permiten sus facultades mentales, queda todavía más allá un infinito que no pueden comprender.
Antes que los humanos puedan ser verdaderamente sabios, deben comprender que dependen de Dios, y deben estar henchidos de su sabiduría. Dios es la fuente tanto del poder intelectual como del espiritual. Las personas célebres, que han llegado a lo que el mundo considera como admirables alturas de la ciencia, no pueden compararse con el amado Juan o el apóstol Pablo. La más alta norma de virilidad se alcanza cuando se combina el poder intelectual con el espiritual. A los que hacen esto, Dios los aceptará como colaboradores consigo en la preparación de las mentes.}
Grande conocimiento es el conocerse a sí mismo. Los maestros que se estimen debidamente permitirán que Dios amolde y discipline su mente. Y reconocerán la fuente de su poder. Porque, “¿qué tienes que no hayas recibido?” 1 Corintios 4:7. El conocimiento propio lleva a la humildad y a confiar en Dios; pero no reemplaza a los esfuerzos para el mejoramiento de uno mismo. El que comprende sus propias deficiencias no escatimará empeño para alcanzar la más alta norma de la excelencia física, mental y moral.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la Educación Cristiana, 64, 65 (edición de 1991).
Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Jeremías 9:23.
Dios es la fuente de toda sabiduría. Él es infinitamente sabio, justo y bueno. Aparte de Cristo, la gente más sabia no puede comprenderle. Pueden profesar ser sabios; pueden gloriarse por sus adquisiciones; pero el simple conocimiento intelectual, aparte de las grandes verdades que se concentran en Cristo, es como nada...
Si los hombres y las mujeres pudiesen ver por un momento más allá del alcance de la visión finita, si pudiesen discernir una vislumbre de lo eterno, toda boca dejaría de jactarse. Los seres humanos que viven en este pequeño átomo del universo son finitos; Dios tiene mundos innumerables que obedecen sus leyes y son conducidos para gloria suya. Cuando en sus investigaciones científicas los seres humanos han ido hasta donde se lo permiten sus facultades mentales, queda todavía más allá un infinito que no pueden comprender.
Antes que los humanos puedan ser verdaderamente sabios, deben comprender que dependen de Dios, y deben estar henchidos de su sabiduría. Dios es la fuente tanto del poder intelectual como del espiritual. Las personas célebres, que han llegado a lo que el mundo considera como admirables alturas de la ciencia, no pueden compararse con el amado Juan o el apóstol Pablo. La más alta norma de virilidad se alcanza cuando se combina el poder intelectual con el espiritual. A los que hacen esto, Dios los aceptará como colaboradores consigo en la preparación de las mentes.}
Grande conocimiento es el conocerse a sí mismo. Los maestros que se estimen debidamente permitirán que Dios amolde y discipline su mente. Y reconocerán la fuente de su poder. Porque, “¿qué tienes que no hayas recibido?” 1 Corintios 4:7. El conocimiento propio lleva a la humildad y a confiar en Dios; pero no reemplaza a los esfuerzos para el mejoramiento de uno mismo. El que comprende sus propias deficiencias no escatimará empeño para alcanzar la más alta norma de la excelencia física, mental y moral.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la Educación Cristiana, 64, 65 (edición de 1991).
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